Mesa de Diálogos con el ELN: el invaluable
aporte de la participación de la sociedad

 

Como sociedad comprometida con la paz, hicimos todo y más para aportar nuestro grano de arena en la búsqueda de resolver ese conflicto. Sin duda una experiencia valiosa que dinamizó la Mesa y evidenció el papel significativo de comunidades en la construcción de la paz. Hoy, creo que ninguna de las partes nos escuchó sinceramente, o no nos entendieron, o sintieron miedo de que fuera la sociedad la protagonista de la historia y no sus egos machistas acostumbrados a mandar…

 
Diana Sánchez Lara
 
Directora Asociación MINGA, Coordinadora Programa SOMOS DEFENSORES
 
 

Siempre fue un riesgo, lo sabíamos, era un fantasma más que presente. No, mejor, varios fantasmas. Muchos fuimos conscientes de los costos que podíamos pagar: estigmatización y señalamiento, mínimo. Pero también instrumentalización, eso estaba dentro de los cálculos. Lo sabíamos. Pero no importó. Retamos los fantasmas y emprendimos el camino, el camino de contribuir a la solución política del conflicto armado para una paz completa, no importaba cuánto tiempo demorara. Desafiamos el fantasma de que las mesas con el ELN no cuajaban, que estaban condenadas al fracaso y siempre habría un pretexto para acabarlas, así que esta era un intento más y no sería diferente. Pero la historia exigía de nosotros y nosotras un sacrificio; qué más daba, seguir contando muertos y llevando ayuda humanitaria a los territorios no podía seguir siendo nuestro destino. En cambio, sí soñábamos con iniciar la senda de planes de vida e implementación de acuerdos en las regiones, así por algún tiempo continuaran periodos de violencia y tensión, propia de los post conflictos armados.

Así las cosas, emprendimos el camino de la participación de la sociedad en la búsqueda de la superación del conflicto armado entre el Estado colombiano y el ELN. La participación social en la Mesa con las Farc había sido importante, pero insuficiente, era necesario ampliar el espectro de la sociedad en los procesos de paz para hacerla sostenible y real. Nos abrieron la ventana en el nuevo intento de negociación con el ELN, la agenda daba para ello, muy gaseosa decían muchos, como una gelatina, otros; pero igual, podíamos meterle contenido y hacerla real. Al fin y al cabo, demostrado está que las conquistas de los derechos humanos han sido históricamente producto de negociaciones, guerras, conflictos armados, movilizaciones sociales, forcejeos políticos, en fin, un campo de disputa política.

Entonces aparecieron cientos de reuniones nacionales y territoriales, convocatorias, papelitos con propuestas de un lado y otro, desayunos de trabajo, llamamientos, conversatorios, seminarios temáticos y políticos, movilizaciones, interlocución con comunidad internacional, académicos, generadores de opinión, políticos, iglesias, y así una gran diversidad de sectores. También trazamos las rutas para acercarnos a las partes, las delegaciones de paz del Gobierno y del ELN. Reuniones en la cárcel de Bella Vista, allí estaba el vocero político y negociador más destacado del ELN. La receptividad del equipo de paz del Gobierno, encabezada por Sergio Jaramillo, fue nula, se rehusaron a hablar, eludieron cualquier interlocución al extremo. Frank Pearl era aún más gaseoso que la agenda. No importó, continuamos.

Tímidamente, más tarde, nos fueron aceptando, pero nunca la Delegación del Gobierno tomó en serio a las organizaciones sociales que nos echamos a hombros animar y enrutar la participación. Esto mejoró un poco con la instalación formal de la Mesa de Negociación en Ecuador, un tiempo después de la frustración vivida por más de 300 personas que animosas llegamos a Quito para la instalación de la Mesa que fue cancelada a última hora por parte del Gobierno Nacional con el mismo San Benito: el secuestro, en este caso, el del “pulquérrimo” Odín Sánchez.

Pero bueno, qué no nos pasó. Por fin tuvimos reuniones más “oficiales”, pero no vinculantes y más por cansancio de los funcionarios ante nuestra insistencia, que por voluntad. Solo en dos momentos del proceso el grupo facilitador de la participación nos sentimos algo vinculantes o reconocidos por el Gobierno Nacional en el proceso, o por lo menos, que servíamos para algo en la Mesa: uno, en las audiencias de participación de la Mesa, con diferentes sectores sociales, políticos e institucionales realizadas en Tocancipá (en Colombia) en noviembre de 2017, cuyo objetivo era recoger criterios metodológicos y programáticos para estructurar los mecanismos de participación; allí quedó plasmada una gran expectativa para las comunidades y territorios que no tienen voz y allí estuvieron escuchando y aportando cómo salir de la violencia con su opinión y una ruta trazada para perfilar los primeros puntos de la agenda pactada. Sin suda, este ejercicio de Tocancipá, con importante y valioso apoyo de la Comunidad Internacional, grupo de países amigos (Suiza, Suecia, Holanda, Alemania, Italia) y Naciones Unidas, es de valor incalculable. El Gobierno se negó a retomarlo, justo por lo estructural y simple. El ELN y sociedad insistimos en continuarlo, la Delegación oficial lo guardó, ojalá no para siempre. Hoy, más que nunca, esa memoria de Tocancipá puede ser una carta salvadora.

Dos, en la misión de delegados y delegadas de las iniciativas de paz al Palacio de Nariño, para reunirnos con el Presidente Santos, gracias a las gestiones del Senador Iván Cepeda y del asesor de paz, José Noé Ríos; y, de ahí una visita a la Delegación del ELN en Quito en febrero de 2018 con el propósito de tender puentes y tratar de recomponer la Mesa, dada la crisis creada por el retiro del equipo de Gobierno, luego de que el ELN en otro “valeroso acto de guerra”, atentó contra la Policía en Barranquilla con el resultado de cinco uniformados muertos y 40 heridos, violando todo precepto del Derecho Internacional Humanitario, y que no sólo desafió al establecimiento, sino a la sociedad misma, como se lo dijimos claramente en Quito, quienes tuvimos la posibilidad de estar allá.

Más allá de esto, para las Delegaciones de Paz del Gobierno, encabezadas por Frank Pearl, Juan Camilo Restrepo y Gustavo Bell, la participación fue entendida como un requisito exigido por el ELN para pactar la agenda y comenzar los diálogos. El Gobierno nunca vio la participación de la sociedad como un activo importante para construir un proceso de paz estable y duradero, o como un valor democrático y rentable para su sostenibilidad en el tiempo, de llegarse a un pacto o firma. Siempre vieron en la participación un enredo que no dejaría avanzar la Mesa, acostumbrados a “resolver” los problemas de la sociedad de manera burocrática. Pensaban que la muchedumbre iba a pedir esta vida y la otra, y que el tal modelo económico no estaba en juego. No importaba, conscientes éramos de que en esa negociación nosotros proponíamos y otros decidían, pero lo poco que saliera contribuiría a conquistar un valor supremo: sacar la violencia de la política y cuidar la vida para seguir en las luchas sociales por los derechos y la democracia. De eso se trataba.

Distinto al sentir del ELN que consideró siempre a la sociedad como determinante. Bueno, hoy ya no estoy segura si todo el ELN piensa igual al respecto, pero en las varias interlocuciones con la Delegación de Paz, sus palabras fluyeron sinceras y fraternas. Personalmente sentí miradas tranquilas y anhelantes de un proceso acumulativo de construcción de democracia. Se generó confianza y la participación tuvo la centralidad pretendida, al menos de ese lado. Se aceptó inclusive, a quienes disentían de sus prácticas y métodos y los increpaban con fuerza; se aceptó la crítica y condena por el secuestro, la voladura de oleoductos y demás. No fue fácil, pero creo que lo entendieron y valoraron, al menos muchos de quienes estaban en la Delegación. Hoy, por la imposición de facto, parece que algunos frentes no comprendieron la participación de manera genuina, y si escucharon nuestras voces, no cedieron en la ilusión vanguardista de las armas. Entonces la pregunta clave aquí es: ¿para qué la participación de la sociedad?

Tres años arduos, fatigosos, acalorados, buscando y mendigando recursos para las actividades, tocando puertas y ventanas, peleándonos entre los participantes por posturas de tiempos, alcances, naturaleza de la participación, si era vinculante o incidente. Cabildeo ante los medios de comunicación, ante el Congreso de la República, con la Iglesia Católica, hasta con él mismísimo Papa Francisco, Nobeles de Paz. Aprender a hacer veeduría y monitoreo para el cese bilateral. En fin, todo un doctorado en participación y construcción de paz.

Los movimientos sociales que participamos ganamos mucho. Logramos, en medio de las hendijas arrebatadas al gobierno, legitimar la participación, así no fuera vinculante. Entender que nosotros debíamos facilitar el proceso y no enredarlo más. Vislumbrar que no se alcanzarían las transformaciones necesarias, pero que en lo fundamental ensancharíamos el camino de la paz, la condición sine qua non para que los pueblos recuperen su conciencia histórica y avancen en horizontes de vida y libertad. Porque el proceso de paz actual, iniciado con las Farc y complementado con el ELN, ha puesto en evidencia, por acción y por omisión, lo cómodos que se sienten los grandes empresarios con la guerra, en medio de la cual han logrado los más altos niveles de concentración de riqueza ubicándose en el primer lugar en este continente, luego de Haití.

El ELN también ganó, y ganó mucho. Tuvo un pedacito de sociedad organizada que se echó a hombros la construcción real de la agenda pactada con el gobierno. Tuvo la posibilidad de intercambiar y compartir abiertamente con la sociedad, sin el miedo a la judicialización de quienes estuvimos sentados en las sillas donde también lo hacía el Gobierno, funcionarios del Estado, comunidad internacional, académicos, políticos, periodistas nacionales e internacionales, intelectuales, Obispos, entre muchos. Debió comprender que el país ha cambiado, que en las ciudades la vida cotidiana tiene otros referentes, buenos o malos, pero distintos al mundo rural echado al olvido desde siempre por el Estado colombiano. De seguro captó, que otras sensibilidades no les importa si hay guerrilla o no, ni sus luchas ni sus métodos, y que la participación para esos sectores pasa por otras lógicas. Les habrá quedado clara que la participación para la paz no es masiva. También supongo, se emocionó con el contexto electoral, bueno, creo que no todos, donde otras ciudadanías, hoy llamadas libres, se movilizan masivamente contra el establecimiento, contra su corrupción, contra la criminalidad del Estado, y han ganado un espacio político importante en el país. Allí se han integrado izquierdas con pasados vanguardistas, que hace mucho tiempo entendieron que la lucha armada ya no acumula, no genera consenso en la población y deslegitima.

El gobierno también pudo haber ganado considerablemente, si hubiera aceptado de manera sincera la participación de la sociedad, así fuera muy acotada, limitada e incidente. No lo entendió y quien perdió fue el país y en particular, las comunidades de territorios condenados a la violencia. De haberse permitido, la Mesa hubiera avanzado más, se habría alcanzado algún pacto con mucha más consistencia social haciéndola irreversible para gobiernos futuros. Habría generado dinámicas interesantes en los territorios, de efectiva participación comunitaria donde todos los problemas tienen solución. El tema de la violencia hubiera sido el primero en discutirse, porque la gente en las regiones quiere vivir, quiere soñar, quieren morir de viejos y viejas, no quieren llorar más, están hartos de enterrar a sus hijos sin conocer sus nietos. Si el gobierno hubiera cedido un tantico, como dicen en mi tierra, su mezquindad histórica, otro gallo cantaría y el gobierno uribista dificultades tendría para llevar a la trampa mortal al ELN, en la que cayó.

Tanto le dijimos al señor Bell que amarrara un pacto, que no dejara suelta esa Mesa, que la historia le pagaría. Que lo anclara en algunas regiones. No quiso o no lo dejaron. Dimos fórmulas para comprometer alcaldes y gobernadores sensibles a la paz, pues aún tendrían mandato por dos años más. No fue posible, no querían dejarle hechos cumplidos al uribismo que ya estaba prácticamente en el poder.

Llegó la segunda era de la seguridad democrática y congeló la Mesa, de la sociedad y su cuento de participación, saber no quiso. Dejó a la Delegación de Paz del ELN sentada para siempre en la Isla, como hongos, empujándola a que se cansara, a que desistiera, a que claudicara, y ésta, cumpliendo con estoicismo su papel encomendado y doctrinario de no ceder los criterios bilaterales, no entendió la vuelta de ceder en la táctica y recuperar la estrategia. Sí, el ELN cesó unilateralmente en navidad, como es su costumbre en los diciembres, y el Ejército los “cascó” como dicen los jóvenes. Pero ya fue tarde, porque a tiempo no escuchó las súplicas de la sociedad para que dijeran de una vez por todas que no secuestrarían más, que nada perderían, en cambio sí mucho ganarían, algo de legitimidad por lo menos, y quitarle el pretexto al quejoso de Miguel Ceballos, de andar llorando por ahí y activar la Mesa. Si lo hubieran hecho, hoy, otra gallina cacaraquearía.

Para ese momento, seguramente ya los oidores institucionales de teléfonos le habrían trasmitido todo al Gobierno y Fiscalía de lo que se tramaba en Arauca desde hace 10 meses, al fin y al cabo, ni generales ni coroneles serían los sacrificados, y entonces, un contexto adverso arreglado quedaría. Una excusa y un actor perfecto para continuar la guerra y un presupuesto de defensa abultado y bien sustentado. Y pasó, dolorosamente, pasó. Tal vez lo sabían, de ahí la investigación exprés nunca vista en la historia de Colombia, con pelos y señales, que a la masa acrítica cautivó.

Como sociedad comprometida con la paz, hicimos todo y más para aportar nuestro grano de arena en la búsqueda de resolver ese conflicto. Sin duda una experiencia valiosa que dinamizó la Mesa y evidenció el papel significativo de comunidades en la construcción de la paz. Hoy, creo que ninguna de las partes nos escuchó sinceramente, o no nos entendieron, o sintieron miedo de que fuera la sociedad la protagonista de la historia y no sus egos machistas acostumbrados a mandar. Burócratas bien pagos sin sentido ni entendimiento social. Hombres guerreros soñando “con nobles espadas de tiempos gloriosos” decía Rubén Darío.

Son momentos difíciles, pero no debemos perder esta valiosa experiencia, sigue vigente y como la historia va y viene, y somos tercos por la vida, seguiremos insistiendo en la paz, como dicen los indígenas Nasa “hasta que se apague el sol…”.

Edición 620 – Semana del 25 al 31 de enero de 2019
   
 
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