Debemos recuperar la iniciativa

 

Nuestra historia reciente muestra que en lo local anidan buena parte de las reservas democráticas del país. Allí las imposiciones del gran capital internacional y sus socios criollos encuentran la movilización imaginativa de las comunidades indígenas, negras y campesinas.

 
Camilo Castellanos
 
Colaboración Semanario Virtual Caja de Herramientas
 
 

No corren los mejores vientos para la paz en nuestro país. El estado incumple de manera sistemática lo pactado en La Habana, al tiempo que desde la orilla contraria a fuerza de bombazos se pretende cerrar al paso a la paz completa. Es una empresa sistemática de demolición de la esperanza.

Pero no parecen estar satisfechos con lo logrado. Ahora apuntan a desmontar la JEP y pretenden imposibilitar la restitución de tierras, retornar a la erradicación forzada de los cultivos de uso ilícito, al tiempo que hacer inexpugnable el modelo extractivista y privatizador en el nuevo Plan de Desarrollo. Para ello cuentan con las mayorías parlamentarias y se proponen poner la opinión pública de su lado con presencia callejera y la algarabía de los medios.

Ante esto, se precisa que la causa de la paz recupere la iniciativa. No habrá futuro si se mantiene una conducta meramente reactiva a los pasos dados por los partidarios de la guerra. La experiencia reciente de la movilización de las mujeres en contra de la violencia de género, del vigoroso movimiento de los estudiantes, la sostenida resistencia de las comunidades a la minería y el fracking nos están indicando por dónde es por donde va el camino. Sólo que estas expresiones sociales deben encontrar un correlato en la esfera política sin desnaturalizarse. Acercar los ámbitos de lo social y lo político es el gran reto del bloque de la vida y la democracia, y de esta manera evitar que la esperanza quede sepultada bajo las ruinas del proceso de paz.

Quizá el escenario de este reto sean las próximas elecciones de octubre. En el escenario local y comunitario se librará un encuentro clave entre el modelo dominante que reprimariza la economía, desconoce la voluntad de las comunidades y se impone por los grandes capitales mediante una dinámica recentralizadora y la aspiración de las comunidades a hacer de la democracia el instrumento para defender lo que ha sido su vocación productiva, procurar un buen vivir en armonía con la naturaleza y construir la convivencia pacífica desde las comunidades.

Nuestra historia reciente muestra que en lo local anidan buena parte de las reservas democráticas del país. Allí las imposiciones del gran capital internacional y sus socios criollos encuentran la movilización imaginativa de las comunidades indígenas, negras y campesinas. Desde allí debe la paz recuperar la iniciativa. Para ello es preciso impulsar una corriente ciudadana que a lo largo y ancho del país reclame respeto a la soberanía popular, exija garantías para la organización social y comunitaria y preserve los mecanismos de la democracia participativa como una contribución a la construcción de la paz.

En medio de lo peor de la crisis política y social de los años ochenta, la ciudadanía colombiana llegó a la certidumbre de que el mejor antídoto para la violencia es la democracia. Esta certeza fue el cimiento de la Constitución de 1991 y es el camino que hoy es preciso retomar.

Edición 620 – Semana del 25 al 31 de enero de 2019
   
 
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