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La entropía es una dinámica recurrente, que se vuelve fuerza desestabilizadora y su gran alcance genera mutaciones sociales y políticas y de convivencia. El devenir entrópico se asocia con el mutante orden de la naturaleza que pareciera que sus cambios y efectos se mueven al son el orden existente, entre lo humano y lo divino. |
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Mariano Sierra S. |
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Colaborador Semanario Virtual |
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Hoy vivimos en una sociedad consumista que además se consume ante el desorden de un estado fallido, ante la debacle, y la indiferencia de políticas y gestiones sociales. Y este desorden es tal que hasta por ósmosis penetra en la sociedad que inerme solo se manifiesta a veces con descolorido y tímido comportar. La entropía se enmarca en el contraste con la política, la justicia, la salud, la educación y demás derechos humanitarios, como el imperio dominante –en especial el económico– que da al traste con la afectación comunitaria que recibe los mayores impactos como que es el sector más débil, a quien se le puede engañar fácilmente. Un dicho del común dice que es más fácil engañar a la comunidad que convencerla que han sido engañados. Una entropía puede contenerse si existe justicia, si hay defensa de los derechos esenciales, si hay programas sociales, si hay instituciones humanistas, si existen preclaros gobernantes, políticos y líderes ecuánimes, si existen gobiernos económicos donde fluya el capital social con destinación al bien común, si existe una sociedad con espíritu comunitario. El asentamiento de una entropía implica que la comunidad reciba los impactos proveyendo una cultura de violencia, de conductas intolerables, forzando el caos. La entropía dinamiza las estructuras sociales y políticas y el gran entorno colectivo de instituciones públicas y privadas con conformaciones sociales por fuera de la ley y el orden democrático. La entropía de nuestra reflexión no es una simple ficción, es una creación del hombre y sus instituciones para montar mecanismos de descomposición social y política atendiendo al poder con que se maneja toda la gestión pública. La formación de las civilizaciones ha impuesto a los pueblos una hegemonía social y política bajo las estructuras entrópicas que han legitimado con la constante histórica. La crisis que esa hegemonía ha estructurado impone un complejo entramado difícil de erradicar pues cuenta con el blindaje de partidos políticos, elites y movimientos sociales de distintas naturalezas, amén del orden público. La entropía es de la esencia de los populistas, los demagogos, las elites dominantes y por los que ejercen inflación entrópica a gran escala que penetra el entorno creando impactos sociales. La implantación entrópica acontece en medio de los tímidos conocimientos comunitarios que no les permite frenar su desarrollo y se dejan llevar por las cortinas de humo. Tales son las promesas de campaña de este gobierno cuando expreso que en Colombia no se aplicaría el fracking, pero ahora ya el ejecutivo está dando su aprobación. Y qué decir de las mermeladas, que tal vez no se están viendo por ahora en el orden económico, si brillan en nombramientos sin fin, en asignación de cargos y sucedáneas vinculaciones en el entorno publico interno o externo sin perfiles ni transparencias en muchos de sus casos. Cuando observamos los costos de la corrupción, estos, entre otros devienen del desorden estatal propiciado por la entropía. La magnitud de la entropía no se alcanza a medir por el grado de desorden de un sistema, cuya acción crítica alcanza dimensiones perversas, máxime cuando los desórdenes afectan el desarrollo, sino por la fulminante perversión de la ética y la moral cuyos alcances no tienen límites, pues la degeneración nos mantiene anclados a una coyuntura compleja. Los desórdenes son los marcadores para que en Colombia tengamos los mayores índices de pobreza, de desempleo, de vivienda, de educación, corrupción, salud e impunidad. Todo porque cada organismo público se mueve en la improvisación bajo cortinas de humo, donde el sentido común y el bien común brillan por su ausencia. La realidad histórica del país acuña la más aberrante gestión pública en nuestras instituciones. Allí quienes ejercen autoridad y poder ofrecen a los usuarios los peores servicios, carecen de humanidad y respeto por el otro, por esos invisibles, visibles, emigrantes sin esperanza siquiera que viven a la espera de unas promesas que nunca llegan como le aconteció al coronel de la novela macondiana de García Márquez que se quedó esperando su pensión. Y de estos sin pensión son la mayoría de nuestros trabajadores que la burocracia les freno el derecho adquirido para que otros sin derecho la adquiriesen. Quien aplica la ley conoce la persona humana y sus problemáticas y esto no acontece en nuestro medio. Cuando surgen situaciones insalvables, es el momento cuando debemos buscar los ejes propios que nos den luces para equilibrar los hechos, para llegar a soluciones debidas. Esa mirada al futuro nos los recuerda Rosa Luxemburgo al expresar que…“Lo más revolucionario que alguien puede hacer es proclamar con fuerza lo que está sucediendo”... El hombre social, el político, el gobernante vive degradando sus conductas, sus pensamientos. Hoy se vive legitimando el desorden, todo ideal parece perverso, todo es acusación sin conocer la causa sin comprender al semejante, vivimos creando nuestros propios juicios sin en el debido proceso. Otro país, otro mundo es posible si los planes de desarrollo contemplaran programas sociales serios bajo estructuras de agro industria. Las proyecciones del país brillan por la ausencia de realidades. Todo es una retórica barata, confusa llena de utopías, llena de mensajes populistas demagógicos que devalúan la praxis social destruyendo el beneficio común que tanto nos habla la constitución. En toda transformación que se proclame, se avizoran negocios para otros y sino miremos los procesos que cursan, sino es por contratos leoninos donde lo espurreo ha sido el común denominador. Pero de justicia aplicada casi nada. Recorriendo la historia entrópica, Cicerón nos advierte....“si diariamente defraudamos, engañamos, buscamos componendas, se roba, se despoja a otros, saqueamos el erario. Entonces dime ¿Significa esto que te encuentras en la mejor abundancia de bienes o que careces de ellos?”. Ante el vaivén de las entropías debemos seguir luchando contra los barbaros creadores, enemigos de la dignidad humana, e ir en busca de hacer más humana la sociedad, de hacer más estimulantes la creación de país. Que importante es lo que nos aporta el pensamiento de ORWELL cuando ante las necesidades nos dice... “Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”... Cuando una sociedad pierde el sentido humano tiende a la desestabilización ética y moral. Hemos llegado a los límites que no es otra cosa que dividir o fragmentar, desintegrar el orden. Eso es un pasado que sigue haciendo historia para estallar en la decadencia, que nos clama, basta ya, no más. Vivimos la era de la desconfianza donde la entropía siembra la desunión, afianza la venganza, avala las ideologías dominantes que acuñan el desorden. HidroItuango, un desastre anunciado, el querer armar la sociedad civil, o el volver al paramilitarismo legalizado, la formulación de pactos nacionales y un disque gran plan nacional de desarrollo que van en línea opuesta con las políticas de gestión social enmarcadas en la gestión pública que exige la constitución. Y del proceso de paz ni hablar. Decisiones, actos, procedimientos, todos conducen a generar indecisiones para volverlo trizas como ya se había anunciado. La fragilidad, debilidad o desconcierto del sistema es el modelo vigente pues no sabemos quién preside el gobierno. El estado ha perdido la capacidad de gobernar conformando una institución liquida al decir de Bautmann, carente de solidez estatal pues muchos funcionarios van del timbo al tambo, o improvisando. Indecisos, desconcertados, sin medición de objetivos, solo haciendo eco para cumplir órdenes. Se observa, en el ejercicio de los asesores del gobierno, como su desarrollo está carente de una trazabilidad que impulse ordenadamente la gestión pública, hecho observable en las realizaciones de los talleres construyendo país donde comunidad y asociaciones se quejan por falta de cumplimiento de obras como acueductos, escuelas, puentes, vías terciarias, centros de salud, cárceles, solo para enumerar unos pocos. Entonces cabe preguntarnos... ¿Cómo se ejerce el desarrollo del país?, ¿cómo se planifica?, ¿cómo se estructura un programa de gobierno? Pero lo más inverosímil, es que, ante la carencia de obras sociales, hay un fenómeno peor. Obras, abandonadas, obres inconclusas, obras terminadas sin funcionamiento. Uno se pregunta, ¿porqué en el inventario del estado estos activos no aparecen?… Elefantes blancos como dicen los informes de prensa que tienen inundada a la nación. Para esto es que el estado requiere capital...para gastar, generar corrupción con los contratos y luego abandonar las obras. Los bienes estatales no son patrimonio para hacer de ellos escombros o dilapidarlos irresponsablemente, fungiendo en la maleza, al sol y al agua, mientras la necesidad social de estos bienes cunde ávida de servicio. El medio ambiente, la protección de los animales, las aguas, los ríos, la tierra están también a la intemperie de la entropía. La explotación petrolera y minera por medio de procesos como el fracking, están sometidos al manejo de intereses internos y externos, sin controles ambientales donde las licencias se han vuelto un festín burocrático. Al decir del Papa Francisco... “la depredación ambiental y la humana, están unidos…. Hombre y naturaleza son una unidad de vida”. La entropía también hace eco en las ejecuciones estatales, cuando el ejecutivo gobierna con base a decretos, resoluciones cuando debiera ser con base a leyes provenientes del orden legislativo. El gobierno ejercido está dirigido a cumplirles a las elites, a los empresarios y muy tímidamente a la comunidad. Es que gobernar es consensuar las políticas de gobierno con la sociedad y sus movimientos, sociales, con la dirección de empresarios, políticos y líderes sociales. La entropía se ejerce como una ley positiva, como una ley que gobierna integralmente. Esto quiere decir que los desórdenes llevan a la sociedad a caminar por incertidumbres dando cabida a una inestabilidad social, a un sistema endeble, improvisado donde las realidades no son de orden público, donde las respuestas a los gobernados son vagas o no se dan. donde los compromisos diversos no obstantes las discusiones y la firma de acuerdos, al final no se cumplen por los actores. Las entropías no solo aplican a la forma de gobernar, también se extiende al comportamiento de los colaboradores del gobierno en lo que concierne a esgrimir sus opiniones, sus críticas y comentarios que en su mayoría se convierten en insultos a terceros opositores pues no tienen otros medios de altura para enfrentarlos. Hoy Se carece del valor civil, ético y moral, pilares de los hombres probos. La entropía tiene la dinámica de la naturaleza que contraria los valores en sentido contrario, pues en vez de construir, destruye, pues detecta una fuerza magma que modifica procesos, leyes, acuerdos, orden jurídico. Entropía en lo social y político es caos que gobierna, que define intereses contrapuestos, que deforma la esencia de la verdad, de la información, desorganiza el entorno liderado por la violencia, el engaño, que deforma los valores y contamina lo que le circunscribe. La entropía es una dinámica recurrente, que se vuelve fuerza desestabilizadora y su gran alcance genera mutaciones sociales y políticas y de convivencia. El devenir entrópico se asocia con el mutante orden de la naturaleza que pareciera que sus cambios y efectos se mueven al son el orden existente, entre lo humano y lo divino. La indecisión no puede ser un dogma social. Los discursos retóricos moldean la sociedad. La historia social y sus gobernanzas son un conjunto de enjambres donde reinan las complejidades sin ningún contrato social. Mitos, desordenes y caos desmoronan el ambiente político y social, que se legitima con su praxis, haciendo preservar el gobierno de la entropía. Humanamente es comprensible opinar, criticar, liderar, orientar sobre lo divino y humano, pero urge hacerlo con las fuerzas morales, con las fuerzas del alma que llevan en su andar dinámico vida, justicia social, amor, servicio. Cuando este derrotero se desvía del camino, entonces allí es cuando surge la voz de tantos con sentido humano y con ese mismo sentido la fuerza de la palabra que es acción se alza con el puño firme de la verdad, con el uso de la tecnología para denunciar las frustraciones de los invisibles, visibles de la sociedad, para denunciar la mediocridad de los llamados padres de la patria, de sus engendros que les hacen sombra con la bandera de la entropía. Vivimos el mundo del miedo que avanza de derecha a izquierda, hacia todos los lados con una coyuntura de incertidumbres, donde nadie siente la constitución de la protección ni la representación. El miedo a los dogmas, a las ideologías sin esencia, a la libertad misma nos ha dejado exhortos, petrificados para comprender las palabras del que murió en la cruz. Estos miedos sociales, políticos y espirituales, históricos por demás siguen gimiendo entre cadenas de descomposición obligando a la sociedad a expresarse en función de sus principios, que se encuentra anestesiada por ese miedo entrópico que hace ver la libertad como una ficción. Edición 623 – Semana del 22 al 28 de febrero de 2019 | |||||||||||||
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