Vida sin río no es vida

 

No es exagerado afirmar que muchos megaproyectos son en realidad guerras contra la vida, que conducen a una crisis profunda de los cuidados, que tiene que hacernos cambiar la manera de entender y de hacer la política. Pero, además, la forma de habitar, de emocionar, de amar, de pararnos sobre la tierra.

 
Catherine Vieira1
 
Columnista invitada desde la Regional Antioquia – Viva la Ciudadanía
 
 

“Rezamos sobre el río sin agua
buscando recompensar…”
Canción Las Luces (fragmento), Él Mato a un Policía Motorizado

De lo hegemónico al maldesarrollo –Entrega 1 de 3–

Uno sin casa es como si no fuera de ninguna parte… como desterritorializado; sin territorio...¿Y sin río?

Cuando pensamos en los lugares solemos hacer referencia a los afectos, a los relacionamientos inmersos allí y a esos elementos que sustentan la vida y que ligan tanto material, como espiritualmente, a los cuerpos con la tierra que se trabaja y se cultiva, y con los ríos que se navegan, calman la sed y proveen el alimento. Sin embargo, pasamos por alto que todos los lugares soportan la lógica de la dominación y la acumulación. Producen aquello que Milton Santos denomina como la esquizofrenia del territorio (2000), donde se superponen dos argumentos antagónicos.

Por un lado, está aquella idea del espacio vacío u ocioso, propio de aquella lógica, donde se hace un uso cada vez más intensivo de la naturaleza, sin considerar los desequilibrios socioecológicos que genera el apetito consumista del ser humano. Por el otro, está la concepción del terruño como el espacio usado, donde acontece la vida, el espacio de lo híbrido (Haesbaert, 2011), de los entramados porosos con otros territorios (Escobar, 2010), el abrigo donde nacemos (Porto-Gonçalves, 2013). En definitiva, es la idea que nos permite comprender cómo se genera la reproducción social de la vida, donde se tejen relaciones de cercanía, vecinazgos, juntanzas, compadrazgos y lealtades primarias.

Desde este punto de vista, en el cañón del río Cauca, aguas arriba y aguas abajo, los pueblos que allí se asientan, a lo largo del tiempo se han encargado de producir diversidad y comunidad, pero también, conocimientos. Sus biosaberes les han permitido construir y darle forma a los mundos agro-culturales, a través del cultivo de la tierra, y de la relación con su río, el patrón Mono. Entre descensos por las montañas, entre los surcos de la tierra, creciendo o disminuyendo, las comunidades ribereñas han navegado el río en pequeñas embarcaciones y han vivido con él. En el hilo del tiempo, éste les ha ofrecido comida, transporte y calma, para descansar sus aguas sobre una vasta llanura encañonada que comprende más de 180 municipios en Colombia.

En estos lugares, las horizontalidades se dan de una forma fluida, puesto que todo inter-existe: los seres de la tierra, la montaña, el río. Y esto se da, porque en la vida rural, a diferencia de las ciudades, la relación ser humano-Naturaleza no está tan rota, ni tan discapacitada para sentir y reaccionar ante la devastación de la vida.

Como correlato, desde escritorios y oficinas se ha planeado una gran violencia: la Hidroeléctrica Ituango S.A, “el proyecto de generación de energía más grande que se está construyendo en Colombia” y que, desde su concepción hasta hoy, ha generado un conflicto socioambiental que mutó de una visión confrontada sobre el uso/desuso/sobreuso, manejo y valorización del río, a un conflicto por peligrosidad, exposición y vulnerabilidad social, como componentes del riesgo ambiental y su transformación en catástrofes, por decisiones erráticas por parte de quienes han gerenciado el proyecto.

La reducción comprensiva de los hechos desde las coyunturas, como si se tratara de un asunto “natural” o “tecnológico”, olvida hacer énfasis en la responsabilidad de quienes están a cargo de la toma de decisiones. Por otro lado, la técnica no es una esfera autocontenida ni un compartimento, entonces, por qué separar su discusión de la pregunta sobre cómo vamos a vivir juntos, que en esencia es una pregunta sobre el sentido de la política.

La violencia matricial de Occidente, a la que alude Boaventura De Souza Santos (2006), se expresa recientemente en Hidroituango, pero también en la ruptura del dique de Brumadinho, Brasil. La noción del portugués ayuda a explicar la configuración de un modo de pensamiento, una base epistemológica, a partir de la cual vemos, comprendemos y sentimos. En definitiva, una red de creencias, a partir de las cuales se actúa y se racionaliza la acción. Nuestra herencia eurocéntrica ha configurado una estructura de poder extensa y profunda, que encubre poderes hegemónicos, así como las formas de acercarnos a las cosas y de sentir, o no, empatía, de tolerar la violencia y la crueldad ante la devastación de la vida.

Es así como, a través de diferentes mecanismos de imposición y de mediación, se ha generado una anestesia a gran escala y una ruptura del metabolismo socioecológico de la producción humana, al separar a la tierra-madre, de los cuerpos-poblaciones. De esta manera, Occidente ha separado la naturaleza de la cultura, para explicarla y objetuarla desde la ciencia moderna. Desde esta perspectiva, binaria y cartesiana, la naturaleza fue y es concebida como amenaza, pero también como “recurso” que ha de ser domesticado y explotado.

Para De Souza Santos, esta forma de conocer es perezosa y restringida. Una razón indolente que feticihiza las subjetividades, sociabilidades, sensibilidades, institucionalidades y territorialidades, hasta el punto de naturalizar y aceptar la lógica del sacrificio del desarrollo o de entender que lo racional es pagar a través de las “compensaciones ambientales”.

Esta narrativa impuesta desde el Norte europeo y euroamericano se ha dispersado y se ha impuesto sobre toda América Latina, desde la colonia. Aún permanencen nociones legadas desde lo colonial bajo las banderas de la modernidad, el desarrollo y el progreso nacional. Estos imaginarios políticos y culturales permitieron expandir las fronteras de la producción, favorecer el régimen de acumulación, ocultar y eliminar a los pueblos de la “barbarie”, a los vulnerados históricamente, que en Colombia son las comunidades negras, campesinas e indígenas. En consecuencia, ignoraron el valor social de la vida y de los espacios-tiempos vitales.

En el primer cuarto del siglo XXI, estas ideas siguen arraigadas y se continúa cuadriculando y zonificando el mundo. La Hidroeléctrica Ituango S.A, para la generación de energía, lo expresa. De esta manera, se construyen y constituyen zonas de humanidad y zonas de no-humanidad. Las “zonas de no ser” a las que hizo referencia Franz Fanon. Aquellos lugares que están del lado inferior de la línea. Y es allí donde se construyen cartografías coloniales en las que el poder económico y político decide qué debe vivir y qué debe morir.

En otras palabras, se configuran necropolíticas y necroeconomías (Machado y Paz, 2016), es decir políticas y economías para la muerte que se imponen sobre cuerpos y territorios, lo que genera fragmentaciones socioterritoriales y una violencia vertical sobre las formas y las condiciones de vida, al transformar de manera drástica y radical el territorio. Desde que colapsó uno de los túneles de desvío, el pasado 28 de abril de 2018, para Empresas Públicas de Medellín se estableció una probabilidad/potencial amenaza. Sin embargo, para los pobladores del cañón, quienes han estado condenados a una inercia permanente, van aproximadamente nueve meses de total incertidumbre sobre cómo serán sus vidas de ahora en adelante.

Utilidad pública, interés social y modernización son las palabras que se han acuñado para darle vía libre a los megaproyectos de infraestructura, que permiten generar energía, petróleo, y extracción en grandes volúmenes de minerales y de alimentos. Sin embargo, esta orientación de la economía estatal, no ha repercutido en la erradicación de la pobreza y de las condiciones de desigualdad estructural, por lo tanto, el Estado ha incumplido con la exigencia ético política, propia de un Estado Social de Derecho, para lograr unos mínimos de justicia, y en su lugar, ha profundizado la brecha social. El maldesarrollo está instalado y perpetuado ,y a cambio, en lugares como el cañón del Cauca, la vida de las personas está sometida a la agonía inercial, al desestructurar las territorialidades preexistentes y al reconfigurarlas para subsumirlas al nomos del valor.

Los mundos agro-culturales de campesinos, barequeros y pescadores han sido sometidos, entonces, a la captura corporativa del territorio, dejándolos sin río, pancoger, sin su pedazo de tierra. ¿Cómo hacer vida así? ¿Cómo son hoy sus anocheres, amaneceres, su día a día? ¿Por qué se les ha arrebatado la dignidad a estas comunidades? ¿De qué hablarán, con su corazón atravesado por la angustia y la incertidumbre, al ver un río seco y que desaparece?

No es exagerado afirmar que muchos megaproyectos son en realidad guerras contra la vida, que conducen a una crisis profunda de los cuidados, que tiene que hacernos cambiar la manera de entender y de hacer la política. Pero, además, la forma de habitar, de emocionar, de amar, de pararnos sobre la tierra. Lo que implica el giro hacia otro humanismo, que se apoye en conceptos como la crisis civilizatoria, el mundo de la vida y su cuidado, el buen vivir y la complejidad de la existencia.

Este giro biocéntrico requiere consolidar un nuevo terreno epistémico y ontológico, donde se cree una nueva forma de significar el estar-en-el-mundo y de grafiar la tierra desde una perspectiva que vaya más allá del antropocentrismo, para cuidar, gratificar, exaltar y posibilitar la vida.

1 Politóloga y Magíster en Estudios Humanísticos. Profesora de cátedra del Departamento de Trabajo Social (Facultad de Ciencias Sociales y Humanas) y de la Especialización en Gestión Ambiental (Escuela Ambiental, Facultad de Ingeniería). Investigadora del Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe –CELYC- Universidad de Antioquia.

Edición 626 – Semana del 8 al 14 de marzo de 2019
   
 
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