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Esta vida moderna que se nos ha enredado tanto, que se ha vuelto tan especializada, tan competitiva y consumista, ha querido cargar sobre el sistema educativo una serie de exigencias que lo desvirtúan y equivocan. Tenemos que retornar a la senda perdida de la pedagogía y entender, que el sentido de la educación es hacer frente a la barbarie, o dicho positivamente, enseñar a vivir humanamente. |
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Julio César Carrión |
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Universidad del Tolima |
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Tras las intenciones de los seguidores de Álvaro Uribe Vélez de negar el conflicto armado, político y social en Colombia, así como de llevar a los negacionistas de estos hechos a la dirección de las diversas instituciones encargadas de preservar la memoria histórica (Archivo Nacional, Biblioteca, Centro de Memoria) y, paralelamente, promover una supuesta “desideologización” de la labor docente, mediante normas que impidan la libertad de cátedra y la crítica social, política y cultural, se esconde el oscuro interés fascista de manipular la memoria y el olvido, acomodando la historiografía oficial a sus particulares intenciones... Oponer resistencia significa establecer el recuerdo como base de una nueva teoría de la justicia, de la ética, de la política y, por supuesto, de la pedagogía. Fundamentar la exigencia de que el horror no se perpetúe, connota un trabajo pedagógico alrededor de la memoria, porque, como lo afirmara Elie Wiesel: En Auschwitz no murió sólo el judío, sino también el hombre, la humanidad del hombre, esos triunfos parciales logrados por el ser humano sobre la barbarie a lo largo de los siglos, quedó pulverizada, en alguna de sus zonas vitales, en las cámaras de gas. Y, en primer lugar, la capacidad de memoria. Hay que tener en cuenta, en efecto, que Auschwitz no fue sólo una gigantesca fábrica de muerte sino también un proyecto de olvido. Se debe trabajar, entonces, desde la educación y la cultura, para que este proyecto de amnesia colectiva no se cumpla, para que el “velo tecnológico”, esa fenomenal sobrevaloración y fetichización de la ciencia y de la técnica no lo cubra todo, tras un supuesto eficientismo que no se cuestiona por los “daños colaterales” que causa la defensa de este modelo de “desarrollo” y “progreso”, y que, además, oculta con el manto del perdón y del olvido los crímenes de Estado, los genocidios y la muerte administrada. Erigir Auschwitz en el primer imperativo categórico de la educación, –como lo exigiera Adorno– es reconocer la fragilidad de las barreras civilizatorias y, peor aún, la fragilidad de la memoria frente al poder omnímodo de la barbarie (Adorno). De ahí que debamos superar las concepciones que promueven la indiferencia y la amnesia en la educación, también aquellas otras que reducen la pedagogía y los fundamentos de la educación a los simples preciosismos didactistas que hoy tanto seducen y convencen a los educadores y toda esa enmarañada charlatanería creada alrededor de la llamadas “pedagogías de la informática”, del “constructivismo” y de esa sofistería virtual y telemática que ha convertido las ayudas y los medios, en los fines prioritarios del saber y la cultura. La educación para la autonomía es y será la más preciada opción emancipadora y libertaria de los maestros, frente a quienes están convencidos de que hemos llegado al fin de la historia. Contra la desigualdad, la exclusión y la marginalidad, y contra el prepotente discurso de los vencedores, siempre estará presente el testimonio y la narración de los vencidos. Narración y testimonio que no puede reducirse a la simple “información”, lo que no es más que la expresión –según W. Benjamín– del consolidado dominio de la burguesía, que cuenta con la prensa, y en general con los medios de comunicación, como uno de los principales instrumentos del capitalismo avanzado. Para ese tipo de información, evanescente y transitoria, de nada sirve la memoria ni el recuerdo, que por el contrario expresan la experiencia, el dolor y los conocimientos vivenciales de esos grupos humanos históricamente maltratados y expoliados. Memoria del sufrimiento y el dolor no reparados, y sobre la cual se tendrán de establecer las posibilidades de presentar “cuentas de cobro”. Benjamín asume que la recuperación del pasado no se logra mediante la repetición, sino mediante la incidencia de ese pasado en el presente. Esto es, rompiendo la desfiguración que de los acontecimientos históricos han hecho los narradores oficiales, que sólo buscan “legitimar” y eternizar un dominio y un poder. El profesor Omar Rosas, de la Universidad Nacional de Colombia, en un ensayo sobre Benjamín (Rosas, O. 1999, 188) dice: A través de una idea de la historia que propone el progreso como un movimiento continuo y favorecedor de ciertas minorías históricas, la eterna dominación de los “afortunados” en la historia ha devenido argumento de derecho. Por ello es imprescindible, entonces, entender que la historia no es una herencia de los vencedores, que es factible reclamar la restitución de los derechos pendientes de los vencidos, y que el sufrimiento puede ser redimido si se superan las nociones de “progreso”, de rendimiento y de productividad, en que se sustenta esa historia “heroica” de los vencedores. Las fronteras de la escuela deben derribarse –así como las de todas las concentraciones–, para escuchar las voces de los pueblos vencidos, para ampliar los espacios de la diferencia y garantizar la alternativa de los conocimientos subyugados, que habrán de enfrentar esa pedagogización del mundo de la vida, que busca la homogeneidad cultural y el “pensamiento único”, en estas sociedades del capitalismo tardío. Es posible hacer del porvenir algo distinto a la simple prolongación del presente, si se logra desplazar la dinámica social hacia la subjetividad, si se logra liberar al hombre de la economía; pasar de la objetividad economicista al desarrollo de la conciencia crítica y autónoma, es decir, si se propone una renovación radical de las necesidades, si se promueve una educación que abarque no sólo la cultura instrumental, material y tecnológica, sino una cultura inmaterial (espiritual) que nos lleve a la superación de las necesidades compensatorias y de la conciencia subalterna (R. Barho 1980). Para cumplir con esto se deben confrontar las ideas de progreso con destructividad, de productividad con represión y de satisfacción de necesidades, manteniendo, en otro extremo, la miseria y las carencias. Se deben sustituir, en la pedagogía, el ideal consumista y los principios de rendimiento y eficiencia, por la validez del humanismo, de la solidaridad y la dimensión estética del hombre. Esta vida moderna que se nos ha enredado tanto, que se ha vuelto tan especializada, tan competitiva y consumista, ha querido cargar sobre el sistema educativo una serie de exigencias que lo desvirtúan y equivocan, centrándolo tan sólo en los intereses compensatorios y olvidando por completo los intereses emancipatorios y la formación de seres humanos integrales, sensibles y multidimensionales. Tenemos que retornar a la senda perdida de la pedagogía y entender, que el sentido de la educación es hacer frente a la barbarie, o dicho positivamente, enseñar a vivir humanamente. Edición 627 – Semana del 15 al 21 de marzo de 2019 | |||||||||||||
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