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Hoy el exilio es una importante opción de vida para muchos pobres “sudacas” y tercermundistas, incluidos muchos compatriotas, que deslumbrados por la supuesta “calidad de vida” de los países ricos, prefieren adquirir la condición de apátridas en esos territorios, con tal de alcanzar el sueño de una mejor situación económica –el publicitado “sueño americano”–, motivo de su “exilio”. |
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Julio César Carrión Castro |
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Universidad del Tolima |
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Las hieles del exilio han sido saboreadas por varias generaciones de colombianos de los más distintos estratos socio-económicos y tendencias ideológicas y políticas. A finales del siglo XIX el conservador José Eusebio Caro, señalando su condición de expatriado, exclamaría: “Lejos ay! del sacro techo que mecer mi cuna vio, yo infeliz proscrito arrastro mi miseria y mi dolor”. Vargas Vila, tal vez el último radical, luego de padecer muchas persecuciones y deportaciones, en Venezuela ante la tumba de Diógenes Arrieta, le reclamaría a la patria: “En este éxodo doloroso a que el despotismo condena tus grandes caracteres, cuando la caravana doliente de tus hijos va marcando con los huesos de sus muertos las playas de Europa y las Américas, llorar esos grandes desaparecidos es tu deber”. Esa “doliente caravana” se multiplicaría durante todo el siglo XX. La ampliación de esta condena alcanzaría, también, al derechista dictador Laureano Gómez, quien desde su cómodo destierro publicaría un libro titulado “Desde el exilio”. El escritor García Márquez, confeso hombre de izquierda, asumió su vida como un permanente exilio. Precisamente cuando fue “coronado como una reina de Max Factor” por la Universidad de Columbia, en Nueva York, el poeta nadaista Gonzalo Arango escribiría un perverso artículo que llamó “El exilio es un reino”. Está de moda, ahora, “el exilio” a que son sometidos los narcotraficantes, solicitados en extradición para ser juzgados en los países donde cometieron sus delitos. Este procedimiento ha sido utilizado, de manera artera, aleve y arbitraria, por el imperialismo norteamericano para inculpar a los insurgentes que no se amoldan al proyecto de “democracia” que ellos promueven, como está sucediendo con el guerrillero Simón Trinidad, hoy soportando una condena de más de 60 años, (y como se pretende hacer con el insurrecto Jesús Santrich, quien fue vocero de las Farc en los diálogos de paz que llevaron a la firma de los “acuerdos” de desmovilización con el Estado, y que hoy pretenden ser desconocidos por el gobierno de Duque-Uribe). Santrich viene soportando todo el montaje establecido por la DEA (Administración y control de drogas de los Estados Unidos) y la Fiscalía que representa el cuestionado Néstor Humberto Martínez Neira, en la cruzada que se ha establecido por la defensa del llamado “Estado de Derecho”, que soportamos los colombianos, y que el imperio promueve mediante todas estas argucias e incluyendo el “intervencionismo humanitario”. Hoy el exilio es una importante opción de vida para muchos pobres “sudacas” y tercermundistas, incluidos muchos compatriotas, que deslumbrados por la supuesta “calidad de vida” de los países ricos, prefieren adquirir la condición de apátridas en esos territorios, con tal de alcanzar el sueño de una mejor situación económica –el publicitado “sueño americano” –, motivo de su “exilio”. Todo ese movimiento poblacional, todas esas masivas migraciones de desempleados, abrumados y hambreados hacia los Estados Unidos, obedece a una tendencia dependentista, manifiesta desde el llamado período de la “independencia” del régimen colonial-hacendatario español. Ese Respice pollum (Mirar hacia el norte) que señalara en su momento Don Marco Fidel Suárez, indicando que la estrella polar del norte marcaba la orientación de la economía, la política y la cultura que debía seguir esta república. Las personas que, desesperadas por la situación de pobreza que viven en su patria, pero llenos de expectativas e ilusiones, se atreven a cruzar las bardas, a saltar los muros, a “cruzar el hueco”, para llegar como “espaldas mojadas” a ese aparente paraíso terrenal, verán luego que tienen que someterse a vivir en pocilgas, desempeñando trabajos ilegales o de quinta categoría (que los nacionales de tales países se niegan a realizar), o engrosando los ejércitos laborales de mano de obra barata, que las abundantes maquilas utilizan (mientras los gobiernos imperiales se hacen los de la vista gorda). Alcanzado el paraíso, recibiendo bajos salarios, insultos, atropellos, soportando la discriminación, la xenofobia y las leyes raciales, en un ejercicio de subalternidad total, terminan, asumidos ya como una subclase, agradeciendo al imperio porque, les facilitó aprender el idioma, aprender a trepar, les permitió ahorrar para enviar dinero a sus familias y, como culminación de su total adaptación y abyección, desde sus guetos terminan, no sólo perdiendo todo atisbo de dignidad y de entereza, sino, convertidos en soldados mercenarios, cipayos y reaccionarios gusanos que apoyan el intervencionismo y la injerencia imperialista, apoyando irrestrictamente el modelo de “democracia” que le interesa al imperio para establecer “el nuevo orden mundial”. Edición 628 – Semana del 22 al 28 de marzo de 2019 | |||||||||||||
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