La violencia sexual en el conflicto y en la familia

 

En general nos escandalizamos porque la violencia sexual significa no solo una violación de los derechos humanos, no sólo los daños físicos, no solo la vergüenza y la culpa de las víctimas, no solo cargar un estigma, significa la lesión más profunda en la intimidad de las personas. Se trata de un comportamiento “tolerado” en la sociedad.

 
Lida Margarita Núñez Uribe
 
Coordinadora Incidencia y presión política – Corporación Viva la Ciudadanía
 
 

El miércoles 26 de junio se realizó en Cartagena el primer diálogo por la verdad, una de las acciones más importantes que ha contemplado la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición en su metodología, en tanto se trata de aproximarse al cumplimiento de uno de sus objetivos, la dignificación de las víctimas. Este diálogo fue una combinación entre testimonios en vivo o cartas leídas por personalidades, que relatan los vejámenes que debieron sufrir mujeres, niñas, adolescentes, mujeres y hombres trans, lesbianas y gays, provocados en el paso y recientemente por diferentes actores del conflicto armado, incluidos integrantes de la fuerza pública y otros funcionarios en casi todo el territorio nacional; y las intervenciones más del orden académico que trataban de mostrar algunas de las causas, razones y efectos que el ejercicio de la violencia sexual ha generado. También, esta semana el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, reveló la gravedad de los casos de violencia atendidos el año pasado por ellos, la mayor parte ocurridos en el seno de la familia, o en los entornos cercanos a las víctimas.

Así, a diferencia de otras formas de victimización y de otros repertorios de violencia, la sexual tristemente no pertenece exclusivamente a los contextos de guerra, o de violencia masiva y generalizada que ha vivido este país por más de 5 décadas. Esta constatación, hecha también desde hace décadas por las organizaciones de mujeres y feministas, parece no haber generado los rechazos suficientes en una sociedad que continúa siendo permisiva e indolente. En general nos escandalizamos porque la violencia sexual significa no solo una violación de los derechos humanos, no sólo los daños físicos, no solo la vergüenza y la culpa de las víctimas, no solo cargar un estigma, significa la lesión más profunda en la intimidad de las personas.

Se trata de un comportamiento “tolerado” en la sociedad. Tanto que quienes denuncian la violencia sexual, aun hoy, deben enfrentarse a la incredulidad de las autoridades judiciales, de los servicios médicos, y más grave aun de las personas cercanas, para quienes todavía las víctimas son las culpables. Explicaciones profundas han sido construidas por muchas las teóricas feministas. Se trata de una relación simbólica entre las mujeres, y las ambivalencias de la virginidad y la tentación; de la paradoja social de convertir la sexualidad femenina un tabú, que se exalta por las redes de la hipersexualización, la industria de la moda y la pornografía. Por supuesto que la violencia generalizada exacerba estos crímenes, pero también es cierto que hasta hace muy poco (menos de un siglo) son considerados delitos graves. Los actores armados han utilizado las armas y el poder que ellas les confieren para que los delitos sexuales hayan sido utilizados simbólica, cultural y de manera práctica como un método infalible para controlar a toda una familia, a una comunidad, para hacer el despojo de la tierra más “eficiente”, para reclutar, para desplazar. Y así ha sido a lo largo de la historia, el cuerpo de las mujeres ha sido utilizado para conquistar, para dominar, para despojar, basta solo recordar algunos de los relatos de cómo los conquistadores españoles controlaron a los pueblos indígenas y cómo las mujeres negras esclavizadas fueron forzadas y controladas.

Sin embargo, los testimonios que escuchamos el miércoles, de mujeres y varones valientes que se atrevieron a hacer públicos los vejámenes vividos, en general coincidieron en que lo que ayudó a seguir con la vida, a soportar el dolor y el sufrimiento, fue la ayuda de otras mujeres, que les permitieron comprender, tramitar y hacer un tránsito muy difícil para que hoy sean capaces de entender que las víctimas no tuvieron la culpa y que no merecían pasar por aquello que tuvieron que vivir.

Uno de los retos más grandes de la Comisión de la Verdad será proporcionar a toda la sociedad claves y pistas para la no repetición, y cuando pienso en las claves para que la violencia sexual sea erradicada de esta sociedad, los retos son mayores, porque significará sin duda que la sociedad sea capaz de reconocer que la violencia sexual no ocurre solo en la guerra, ni es perpetrada sólo por los guerreros. Habrá que continuar en la lucha, iniciada hace ya tiempo, que significa reconocer relaciones de poder basadas en el género, ideas, comportamientos, creencias y actitudes de discriminación que han hecho que el patriarcado se perpetúe y a la vez se adapte a lo largo de la historia. Tenemos mucho que pensar, pero en medio de ello, la esperanza del activismo de los colectivos de muchas mujeres jóvenes que no sólo reflexionan, sino que, de manera práctica, hacen guías de protección, de apoyo, de visibilización y de incidencia muestran un camino que va mostrando que la paz solo será completa sin violencias contra las mujeres. Sin embargo, un paso central seguirá siendo que esta lucha no sea la lucha de las feministas, tampoco exclusiva de las mujeres, debe ser la lucha de toda la sociedad.

Edición 641 – Semana del 29 de junio al 5 de julio de 2019
   
 
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