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La democracia como burla al poder |
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Una democracia sin sátira al poder es famélica. Por el contrario, una democracia que admite la burla a sus gobernantes es más equilibrada y consistente. La burla resulta consustancial a la democracia, por eso, cuando dejamos de satirizar a nuestros gobernantes puede que este riesgo no solo nos cueste la risa sino la democracia. |
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David Cruz |
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Tal vez no hay nada que moleste más al tirano que su figura se convierta en burla y tal vez no hay nada tan poderoso en manos de los ciudadanos que ridiculizar a quién los gobierna. En una de sus novelas más celebradas Milan Kundera expone que la llegada de un régimen tiránico o totalitario se anuncia porque el sarcasmo pierde su entidad. La broma –que es el título de la novela– no se entiende y su ligereza se convierte en severidad. Bajo una dictadura la sátira sobre al poder se esfuma, es censurada. En gran medida porque la burla implica una disminución de la pretensión totalizante de una dictadura. Una fuga o debilidad, si se quiere, de un poder que se pretende omnímodo y absoluto. La sátira desnuda al poder, lo hace sentir ridículo y lo incomoda, por eso es un poder ciudadano de tal alta estima. Mucho más atrás que la novela de Kundera, el gran hombre, Alejandro Magno, a quién todos los conquistadores posteriores imitarían, había entrado en Corinto, lugar en dónde merodeaba Diógenes el Cínico. Alejandro que había sido educado por Aristóteles, apreciaba a quienes seguían su propia filosofía de vida, así que pidió ver a Diógenes, que ya se había ganado toda una reputación en el mundo griego. Para aquellos tiempos Alejandro ya ostentaba el título de conquistador y su halo de invencibilidad y grandeza empezaban a enaltecer su figura. Mientras que Diógenes, quién había convertido la austeridad en una virtud irremediable, pasaba sus días en la búsqueda eterna de hombres honestos mientras defecaba y se masturbaba en público. Alejandro llegó al encuentro con la imponencia del conquistador, con su yelmo en alto y su reluciente armadura, mientras Diógenes se mantenía con sus harapos, su pecho descubierto y su tupida barba. El gran hombre se encontró por el fin con el cínico, Alejandro con su majestad saludo a Diógenes y le pregunto sí necesitaba algo de él; el cínico respondió afirmativamente y le dijo sí, apártate que me tapas el sol. Con esta frase Diógenes había desnudado al poder. En un momento, la relación asimétrica entre el Rey y el errante filosofo varió, a tal punto que se comenta que cuando Alejandro siguió su camino les dijo a sus compañeros de empresa que, si él no fuera Alejandro Magno, le gustaría ser Diógenes. La función de la sátira, en consecuencia, es reestablecer la simetría así sea por un momento entre los poderosos y los ciudadanos a través de la ridiculización de los primeros. Jaime Garzón, por ejemplo, entendía que cuando el poder se torna despótico no admite críticas, ni bromas; tal vez por eso, se burlaba con tal fervor del poderoso, para intentar a través de la sátira equilibrar en algo la balanza. Se arrodillaba, encarnado a Heriberto de la Calle, a lustrar los zapatos de los poderosos, sacándolos muchas veces de su zona de confort. A través de la figura de hombre arrodillado, que resultaba más rebelde y fuerte que cualquier guerrillero armado, mostraba la fragilidad del poder exponiendo una que otra verdad incómoda. El magnetismo de su figura arrastraba tras de sí la promesa de empoderar al ciudadano. Su arma era la comedia, nada más ni nada menos que la comedia. Quienes hoy se burlan del poder fortalecen la democracia. Siguen la senda de Diógenes y de Jaime Garzón y son conscientes de las enseñanzas de Kundera. Sin embargo, se enfrentan a poderes más mezquinos y menos afables que el de Alejandro Magno. El precio que se paga por burlarse del poder en una sociedad con déficits democráticos es la muerte. Un precio muy caro, que ya muchos han pagado. Por eso resulta tan importante rodear a quiénes cumplen esta valiente tarea independiente del factor ideológico. Una democracia sin sátira al poder es famélica. Por el contrario, una democracia que admite la burla a sus gobernantes es más equilibrada y consistente. La burla resulta consustancial a la democracia, por eso, cuando dejamos de satirizar a nuestros gobernantes puede que este riesgo no solo nos cueste la risa sino la democracia. Edición 648 – Semana del 17 al 23 de agosto de 2019 | |||||||||||||
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