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¿Disfrutamos ya de una democracia ennoblecida? |
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Esa supuesta obstinación por la defensa de la democracia de lo existente esconde y disimula la real defensa del poder despótico que representan, pero que es necesario enmascarar. Así lo hizo Joseph Goebbels, el ministro de esclarecimiento y propaganda del III Reich… |
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Julio César Carrión Castro |
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Los principios fundamentales Los militantes de “la nueva izquierda”, que han reducido todo quehacer político a la realización de sus intereses personales –disfrazados de interés general– y a la constante retahíla de autoproclamarse como los más auténticos “demócratas”, adicionando la pose de “intelectuales” comprometidos, simulando un supuesto saber que les permite, en todo caso, defender el statu quo que les beneficia, mientras esconden el oportunismo y el trepadorismo que les acompaña, han logrado establecer ya la profética propuesta nazi-fascista: Buscan la promoción mediática de sus imágenes y el despliegue farandulero de todo cuanto hacen o dejan de hacer; ensayan todas las formas de genuflexión y entrega, para obtener y preservar el “reconocimiento” y los cargos alcanzados; bajo la publicitada teoría de que sus actuaciones están acompañadas de pragmatismo, “sensatez”, “decencia”, cordura y academicismo. Buscan alcanzar a partir de sus “tesis” centristas, la más amplia convergencia e integración entre las diversas expresiones del espectro político, ocultando, astutamente, sus más oscuros intereses. La continua reproducción y manipulación de ese tipo de mentalidad existente –orgullosamente sumisa y subalterna– como se muestra no sólo en la vida castrense, sino en el mismo mundillo académico y universitario, se expresa también en la “maquinaria de propaganda” que emplean estos cruzados de la decencia y la cordura, siguiendo la tradición de líderes y caudillos –como Hitler, Mussolini, Stalin o Mao– quienes obtuvieron resonantes “victorias” reiterando permanentemente sus principios de “pureza”, “transparencia”, “decencia”, “honestidad”… y llamando constantemente a la defensa de ideales como la raza, la nación, la clase, la patria, la democracia o la academia… Esa supuesta obstinación por la defensa de la democracia de lo existente esconde y disimula la real defensa del poder despótico que representan, pero que es necesario enmascarar. Así lo hizo Joseph Goebbels, el ministro de esclarecimiento y propaganda del III Reich, quien en un artículo de 1928 afirmó: “Somos un partido antiparlamentario, con buenos fundamentos, que rechazamos la Constitución de Weimar y las instituciones republicanas por ella creadas; somos enemigos de una democracia falsificada, que incluye en la misma línea a los inteligentes y los tontos, los aplicados y los perezosos; vemos en el actual sistema de mayoría de votos y en la organizada irresponsabilidad la causa principal de nuestra creciente ruina. ¿Qué vamos a hacer por tanto en el Reichstag? Vamos al Reichstag para procuramos armas en el mismo arsenal de la democracia. Nos hacemos diputados para debilitar y eliminar el credo de Weimar con su propio apoyo. Si la democracia es tan estúpida que para este menester nos facilita dietas y pases de libre circulación, es asunto suyo (…)”. El mismo Goebbels, en un texto publicado en 1935, a sólo dos años del triunfo electoral que encumbró al nazismo en Alemania dijo: “De la misma manera que las doctrinas de la revolución cristiana y de la francesa, se harán realidad las consignas de la revolución nacionalsocialista”. Y con gran cinismo precisaba: “Si la democracia nos concedió en tiempos de la oposición métodos democráticos, ello ciertamente debía suceder en un sistema democrático. Pero nosotros los nacionalsocialistas nunca afirmamos ser representantes de un punto de vista democrático, sino que hemos declarado francamente que sólo nos servíamos de los métodos democráticos para ganar el poder y que después de la conquista del poder denegaríamos desconsideradamente a nuestros adversarios todos los medios que en tiempos de la oposición se nos habían concedido. A pesar de ello podemos declarar que nuestro gobierno corresponde a las leyes de una democracia ennoblecida”. Hay en todo ello una especie de triunfo póstumo de Hitler y en general del fascismo, pues, esta “astucia de la razón” opresiva y dictatorial, cada vez más caracteriza a los regímenes “democráticos” del capitalismo tardío, y como cumpliendo una especie de metástasis, se despliega obteniendo vigencia, continuidad y permanencia en las más diversas instituciones, incluso en las académicas y universitarias. Joseph Goebbels, el ministro defensor de la “democracia ennoblecida”, propondría descaradamente como clara expresión de su activismo político, una serie de “principios” a cumplir, para la obtención del triunfo. Los principios propagandísticos de Goebbels son los siguientes: 1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo. 2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada. 3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”. 4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave. 5. Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa para convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental para realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. 6. Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”. 7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones. 8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias. 9. Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines. 10. Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas. 11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer mucha gente que piensa “como todo el mundo”, creando una falsa impresión de unanimidad. Todas estas tesis, propuestas y estrategias, que constituyen el ABC del fascismo, se cumplen a cabalidad no sólo por parte de los “demócratas”, promotores y defensores del actual “orden mundial”, sino por los mismos activistas de una “izquierda” socialdemócrata, conformista y oportunista. Edición 654 – Semana del 28 de septiembre al 04 de octubre de 2019 | |||||||||||||
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