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La validez de un sueño |
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Hoy, cuando en la América Latina los sectores populares, con los rostros de todos esos “seres de condición contradicha”, históricamente maltratados y envilecidos, se asoman a la vida política, es necesario, imprescindible, que afloren de nuevo esos viejos planteamientos libertarios y revolucionarios, de los héroes creadores de nuestra insumisa identidad. |
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Julio César Carrión Castro |
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Universidad del Tolima |
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(Vigencia del pensamiento político revolucionario latinoamericano) En el decadente ambiente intelectual y político que soportamos hoy, quiero insistir en la validez de la conciencia utópica e independentista que siempre caracterizó a nuestra América Mestiza, pretendo que se reestablezca entre las juventudes el proceso activo de estructuración de una reflexión crítica y plural que, fundamentándose en los estatutos del pensamiento emancipatorio acumulado por varios siglos de intenciones, propósitos y acciones políticas y sociales, pueda ayudarnos a contrarrestar las maniobras transculturizadoras que lamentablemente se han venido imponiendo por sobre la auténtica identidad latinoamericana. Aún conscientes de que toda selección es arbitraria, es importante reseñar una muestra de nombres y de expresiones de rebeldía que, al abrigo de sueños y utopías, se fueron forjando cuidadosamente en la América Latina. Se trata de exponer, en resumen, tanto los anhelos y el ideario político, como las realizaciones prácticas alcanzadas por un puñado de “intelectuales integrales”, consecuentes y comprometidos, quienes, cobijados por la pasión del patriotismo (entendido el “patriotismo”, no como esas lacrimosas emociones de los seguidores de los actorcillos, cancionistas y farsantes que impone el, tan aparatoso como evanescente, circo criollo, o de los fanáticos hinchas de inciertos, dudosos y controvertibles equipos de fútbol, u otros rebaños de adeptos y de adictos, que incitan al fomento de los “valores vacíos” que tanto nos acosan en estas sociedades de la farándula y el espectáculo, al estímulo de torpes lealtades partidistas y al unanimismo gregario, sino como clara manifestación de los intereses libertarios de los pueblos) Estos intelectuales integrales u “orgánicos”, para expresarlo en los términos de Antonio Gramsci, han estado insistiendo, desde el período de la independencia, con honestidad y clara conciencia anticipatoria, en la vindicación de nuestras naciones. Intelectuales insurrectos, rebeldes y hasta desesperados, que han desbrozado con sus ideas y sus comportamientos, caminos de esperanza. Hoy, cuando en la América Latina, (condenada a una especie de negación de los valores de la vida, al olvido y a la marginalidad ética y teórica) los sectores populares, con los rostros de todos esos “seres de condición contradicha”, históricamente maltratados y envilecidos, se asoman a la vida política empinándose por sobre esa pura animalidad seguidista, de estas sociedades de masas, y a la que han estado sometidos muchos años, por mandato de los grupos hegemónicos y las oligarquías, es necesario, imprescindible, que afloren de nuevo esos viejos planteamientos libertarios y revolucionarios, de los héroes creadores de nuestra insumisa identidad. Postulados contestatarios y hasta subversivos, que se inauguraron con el rechazo expresado por Fray Bartolomé de las Casas, en su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” de 1552, a los “derramadores de sangre humana” que tratan a nuestros pueblos “como menos que el estiércol”: Igual los viejos imperios coloniales, que las modernas empresas nacionales o transnacionales y las oligarquías vende patrias que siempre actúan en el nombre de Dios, del Estado, o del “derecho y sus instituciones”. Los levantamientos de las “gentes de color” –como Tupac Amaru, José Antonio Galán, Alexandre Pètion y los negros esclavos de Haití, que erigieron el primer país libre de América, en lucha contra la orgullosa Francia, cuna de las supuestas “libertades” y madre de los publicitados “derechos humanos”– iniciaron el proceso de nuestras revoluciones traicionadas, interrumpidas y siempre postergadas. Héroes latinoamericanos que han muerto, pero nos acompañan desde siempre, en una permanente epifanía, que no obedece al trágico heroísmo de sus muertes –muchas veces con las armas en la mano y con la consigna subversiva en sus labios– sino a la validez histórica de sus propuestas libertarias. Muchos otros han muerto víctimas de asesinatos urdidos por el imperio, o por ignominiosas maniobras de las oligarquías. Lo cierto es que en la América Latina no hemos dejado de morir desesperadamente. Seguimos muriendo por la guerra, en manos de sicarios o por el genocidio social. Ahora se muere en mayores proporciones y de muertes aparentemente menos respetables, menos historiables. Se muere por cualquier cosa, por la acción u omisión de un desentendido Estado, terrorista, paramilitar y mafioso. Se muere de hambre, de miseria y de enfermedades ya erradicadas en otras latitudes. Muertes sucias, brutales, bárbaras. Como es la de las inmensas mayorías, que llevan unas vidas que ya es muerte, soportando el avatar agónico de una existencia administrada por ruines y taimados gobernantes. Las difíciles condiciones del mundo actual han sepultado las muertes heroicas. De todas maneras, es triste que haya muertos. Si bien es triste que se muera como Emiliano Zapata, como Camilo Torres o como el Che Guevara; es más triste aún que la muerte se presente como un espectáculo mediático, y que abunden las muertes no historiables, es decir, la de aquellos que se estima que están fuera de la historia y de las formas humanas de la vida, de los que son considerados seres “desechables”, residuos de la sociedad. Luego de la esplendorosa gesta que llevaron a cabo “Los Libertadores”, vendría toda esa historia negra de represión, de despojo y de persecución a los sectores populares; de criminalización y judicialización de la protesta, del establecimiento de torvos y venales tribunales y judicaturas. Cloaca que muestra y expresa toda su podredumbre en el miserable encumbramiento de esa descompuesta derecha fascistoide y corrupta, que gobierna en muchos países de Latinoamérica, lamentablemente no sólo con el apoyo de los terratenientes, empresarios y mafiosos que hemos mencionado, sino con el voto de amplios sectores medios y populares, despistados y confundidos gracias al velo mediático que opera en favor de estas estructuras de poder. Se trata de una Historia que no cesa y se mantiene incluso contando con el amparo de vacuas ideologías y mentirosos conceptos que se presentan edulcorados por una acomodaticia “izquierda”, que embusteramente pretende alcanzar una especie de “capitalismo humanitario”. Estos simuladores “de izquierda”, realmente, siempre han estado es al servicio de los poderes establecidos. A despecho de toda esa mascarada fatua y oportunista que hoy defiende un sistema liberal mundializado, la América Latina insurgente y revolucionaria, también ha persistido. Aquella América creada por la imaginación de Simón Bolívar, preclaro precursor del antiimperialismo, se yergue con sus guerreros, con sus intelectuales, sus masas populares y sus inmortales héroes –como Emiliano Zapata, Augusto César Sandino, Ernesto “Che” Guevara, Salvador Allende o Hugo Chávez–, a pesar de la fragmentación territorial, económica y administrativa, superando vagas nociones y viejas teorías eurocéntricas –la ideología de la Ilustración entre otras– y las acechanzas, insidias, ultrajes y pretensiones imperiales del peligroso vecino, que en sus ansias de hegemonía, empleando inversiones e invasiones, contando con los gobernantes cipayos de estas tristes “Banana Republic” subordinadas, con el cretinismo y la subalternidad de personajes, grupos y “partidos” políticos que continúan creyendo en la doctrina del respice polum (mirar hacia el país del norte) como lo propuso el insignificante presidente Marco Fidel Suarez, quien estableció la dependencia y el conformismo como principio básico en las relaciones con los Estados Unidos, y esgrimiendo aún anacrónicas y engañosas tesis como las de la doctrina Monroe, el llamado “destino manifiesto”, la farsa sangrienta de la “ayuda” que representó la “Alianza para el progreso” con que el imperialismo norteamericano, fungiendo como distribuidor imperial de los derechos humanos y de una falsa “ayuda humanitaria”, ha demostrado sus reales intenciones de constituirse en policía del planeta, con el chistoso apoyo de la putrefacta derecha gubernamental latinoamericana agrupada en la OEA (ministerio de los asuntos coloniales del imperialismo norteamericano). Esos personajes de hoy (politiqueros cómico-fascistas que el propio imperio ha establecido en su patio trasero), como Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina, Piñera en Chile, Lenin Moreno en Ecuador y el gracioso títere-subpresidente Iván Duque en Colombia; desde ese aparato circense que es la OEA, como queriendo hacer retroceder la historia, han montado una bufa opereta con el opaco pelele Juan Guaidó, publicitado como el supuesto restablecedor de la democracia en Venezuela. Así mismo, estos sanguinarios comediantes han impuesto en nuestros países regímenes de terror, con una serie de reformas regresivas, incrementando gravámenes a los sectores populares, negando de plano todas las reivindicaciones sociales, políticas y culturales, pero ofreciendo todo tipo de ventajas a los explotadores, a los latifundistas, a los extractivistas, a las mafias y al hampa organizada en empresitas electoreras y aplicando abiertamente acciones terroristas de “pacificación”, como lo hiciesen las metrópolis durante el período de la independencia americana. Pero, como proporcionándonos un atisbo de esperanza, la mayoría de los países agrupados en ese otro disparate que es la ONU (que concita naciones no subordinadas al mandato imperialista) han sabido rechazar las pretensiones imperialistas contra la República Bolivariana de Venezuela. Como dijese Alejo Carpentier, tenemos el deber ineludible de conocer estos clásicos latinoamericanos, releerlos, meditarlos, para hallar nuestras raíces, nuestros árboles genealógicos. Y, comprendiendo los profundos imaginarios colectivos y el realismo mágico de lo latinoamericano podamos, desengañados ya de pretendidos universales ideológicos como el “progreso”, la “soberanía”, la “democracia”, enfrentar con renovado vigor e idealismo la construcción de la utopía americana, que inventaron y soñaron los colosos de nuestra identidad, más allá de sus muertes, ominosas o heroicas. Cuando languidece en los estertores del fracaso la farsa electorero-democrática establecida por las oligarquías y los imperialismos, que honra a los victimarios: depredadores ecológicos, bárbaros terratenientes, criminales empresarios, despiadados gamonales, grandes capitalistas, militares, paramilitares, narcotraficantes, genocidas y sicarios, mientras se degrada y humilla, aún más, a las clases populares, debemos entender como lo dijera José Martí: “Bolívar tiene qué hacer en América todavía”. Quiero pensar que nos queda aún un tiempo para la esperanza. Como lo afirmó Goethe en las últimas líneas de su Fausto: “Sólo merece la vida y la libertad aquel que tiene que conquistarlas todos los días. Y así, rodeados de peligros… Quiero ver una multitud así, vivir en una tierra libre con un pueblo libre. Entonces podría decir a este instante: «Detente, eres tan bello». Así la huella de mis días no se perderá en los eones. En el presentimiento de esta gran alegría, disfruto, ahora, del instante supremo”. Edición 658 – Semana del 26 de octubre al 1° de noviembre de 2019 | |||||||||||||
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