Subalternidad fascismo y democracia

 

La formación del carácter de los individuos, históricamente sometidos a diversas tradiciones y costumbres, en el amplísimo espectro geopolítico del llamado mundo “occidental”, en términos generales, obedece al establecimiento de reglas y normas que contienen diversas autorizaciones, consentimientos, prohibiciones e interdictos, que han sido fijados a través del tiempo de una manera rigurosa.

 
Julio César Carrión Castro
 
Universidad del Tolima
 
 

Personalidad autoritaria y elecciones

“La virtud y línea de orientación que vale para nosotros es la obediencia; de la obediencia procede incondicionalmente la máxima fidelidad; en servicio de nuestra ideología, hay que estar dispuesto a todo. La obediencia no vacila ni una sola vez, sino que sigue ciegamente todas las órdenes que emanan del Führer o que son dadas legalmente por los jefes”.
Heinrich Himmler, jefe nazi de las S.S.
Fragmento de un discurso pronunciado en el año de 1933.

Las relaciones entre individuo y sociedad constituyen un tema supremamente complejo que ha concitado el interés de muchos teóricos e intelectuales, comprometidos en querer explicar la conducta, las actitudes, el comportamiento, tanto de las personas en particular, como de los grupos o colectividades a que pertenecen.

La formación del carácter de los individuos, históricamente sometidos a diversas tradiciones y costumbres, en el amplísimo espectro geopolítico del llamado mundo “occidental”, en términos generales, obedece al establecimiento de reglas y normas que contienen diversas autorizaciones, consentimientos, prohibiciones e interdictos, que han sido fijados a través del tiempo de una manera rigurosa y sistemática por las comunidades, desde los entornos familiares, escolares, comunitarios y en general, socio-culturales. La formación de la personalidad fue esencial tema de estudio para Sigmund Freud, quien, particularmente en sus obras “Psicología de masas y análisis del yo” (publicado en 1921) y “El malestar en la cultura” de 1930, se ocupó de estas cuestiones y, a partir de dichas observaciones, conjeturas y análisis, se fue estructurando paulatinamente una nueva disciplina de las ciencias sociales que hoy conocemos bajo el nombre de Psicología Social.

Esta temática de la Psicología social también fue abordada por la llamada Escuela de Fráncfort. Desde el Instituto de Investigación Social en que trabajaron Teodoro Adorno, Max Horkheimer, Erich Fromm, Wilhem Reich, Herbert Marcuse, Walter Benjamín y otros destacados intelectuales, se buscó integrar los enfoques críticos del marxismo con las tesis, planteamientos y análisis de Freud, con miras a lograr, precisamente, una clara perspectiva acerca de los orígenes de dichos comportamientos y conductas; se averiguó sobre la causalidad de estos caracteres humanos, producidos bajo la presión que ejercen, además de las normas conductuales estatuidas por la tradición, muchos otros factores y artificios propios de las modernas sociedades burguesas de Occidente. En fin, se buscó la etiología de la subalternidad, de la llamada “personalidad autoritaria” que exhiben los sujetos que se mueven en el seno de las actuales sociedades de masas.

Horkheimer y Adorno en sus estudios sobre Autoridad y Familia, nos indicaron que los estadios de desarrollo normal de las personas pueden ser alterados y mal utilizados, llevando a la formación de unas personalidades deformadas, que denominaron “Personalidad Autoritaria”. Como lo explican Adorno y Horkheimer, se trata de “un concepto relativamente nuevo: el surgimiento de una especie «antropológica» que llamaremos el tipo de hombre autoritario. A diferencia del intolerante de viejo cuño, éste parece combinar ideas y aptitudes típicas de una sociedad altamente industrial con creencias irracionales o antirracionales. Es al mismo tiempo ilustrado y supersticioso, orgulloso de su individualismo y constantemente temeroso de parecerse a los demás, celoso de su independencia e inclinado a someterse ciegamente al poder y la autoridad”.

Por los estudios de Freud entendemos el papel fundamental que en las sociedades occidentales ejerce el padre de familia, o su sustituto afectivo, en la formación de la personalidad del niño. Ha dicho Freud: Puesto que el superyo se forma ya en los primeros años de vida, como instancia condicionada por el miedo al padre y por el deseo simultáneo de ser amado por él, la familia es decisiva como punto de partida de la futura capacidad del adulto para crecer en la autoridad y para someterse a ella (...) la familia representa, en primer lugar, determinados contenidos sociales (...) y su principal función está en la transmisión de esos contenidos, no como transmisión de opiniones y puntos de vista, sino produciendo la estructura psíquica deseada por la sociedad.

El psicoanálisis nos ha enseñado que el niño va elaborando su propia identidad por un complejo proceso de socialización que se da mediante múltiples interacciones con los otros; relaciones que incluyen los intercambios afectivos, la transmisión de los saberes y variados procesos de comunicación. La familia, y luego la escuela, han sido los principales y más dinámicos agentes de socialización y normalización en las culturas burguesas occidentales. Es al interior del núcleo familiar donde se estructuran y conforman los ideales, los valores, las tradiciones y la conciencia moral desde la más temprana infancia. La elaboración y construcción de los valores e ideales que guiarán toda la vida de los individuos -o la carencia de éstos- está profundamente asociada con la figura del padre. Y es precisamente ahí, en esa específica coyuntura de la formación del carácter y la personalidad en donde debemos centrar la atención para entender la formación de la personalidad autoritaria y su incidencia en el ascenso del fascismo, tal como se desprende de las teorías freudianas y, además, de los planteamientos teóricos de otros autores y literatos como Heinrich y Klaus Mann. Por supuesto, es partiendo de estos estudios hechos por los destacados intelectuales de la Escuela de Fráncfort, que hemos citado, de sus rigurosos textos, que podemos comprender la genealogía, la formación y las particularidades del carácter y la personalidad autoritaria, como uno de los fundamentos de la estructura de la sociedad autoritaria burguesa que produce y reproduce en todas sus instituciones, individuos sumisos que con su resignación cotidiana y sus ansias de acomodamiento, permanentemente reeditan y revitalizan todo el sistema social en su conjunto.

De el interés del niño por complacer los deseos del padre, de estar a la altura de sus anhelos y aspiraciones surge, como compensación la “satisfacción por el deber cumplido”, la obediencia como virtud incuestionable; ese sentimiento de estar a la altura de las exigencias del poder, de identificarse con la autoridad y el anhelo de ser reconocido por ésta, el temor al castigo y a la pérdida del afecto. La autoridad del padre (y posteriormente de las demás “autoridades”) van siendo internalizadas en el individuo con un Yo débil, estructurado desde la infancia mediante el doble mecanismo de miedo-protección. En el fondo, ese temor hacia los poderosos y fuertes, que contiene toda la aceptación de los caudillos, de los héroes, de los mesías… en fin, la aceptación psico-social de toda la mitología heroica y patriotera.

Los gobiernos autoritarios hacen uso de esa especie de impotencia y la búsqueda de compensación y recompensa mediante la sumisión y la subalternidad. Por irracional que parezca, el sometimiento a la autoridad, la adaptación a los mandatos, por absurdos que estos sean, produce en estos sujetos plena satisfacción; además el poder emplea mecanismos y técnicas especiales para crear en los subordinados una sensación de satisfacción y plenitud en la obediencia y la subalternidad.

Si bien no compartimos aquella perspectiva que ve el fascismo exclusivamente como una expresión patológica de la personalidad de algunos individuos, tampoco aceptamos que el fascismo sea solamente el resultado de una formación histórica determinada, como una consecuencia lógica derivada solamente del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de producción. Los estudios centrados únicamente en el examen de los regímenes políticos, en la constitución de los partidos políticos y su inserción en la estructura del Estado, no toman en cuenta esta perversa relación de los individuos con la autoridad y con los organismos de poder, los procesos de formación y degradación del carácter y la influencia de los mecanismos de regulación y normalización social, como la familia y la escuela.

El gran teórico y analista de las ciencias sociales, Atilio Borón, ha escrito: “…No se trata aquí de estudiar a la “personalidad autoritaria”, tal y como ella se revela a partir de la “marcha” imparable del “progreso” la aplicación de la famosa escala “F” (por fascismo) y con la cual las ciencias sociales norteamericanas de los años cincuenta intentaron explicar el fenómeno del “totalitarismo”(…) la perspectiva teórica que hemos adoptado aquí nos conduce al estudio del estado capitalista en su conjunto: el fascismo aparece entonces como una forma históricamente determinada a partir de la cual una burguesía acorralada por sus antagonistas domésticos y sus rivales externos reorganiza su hegemonía sobre las demás clases de la sociedad e impone sus nuevas condiciones de dominación a sus aliados y a sus adversarios(…) la perspectiva teórica que hemos adoptado aquí nos conduce al estudio del estado capitalista en su conjunto: el fascismo aparece entonces como una forma históricamente determinada a partir de la cual una burguesía acorralada por sus antagonistas domésticos y sus rivales externos reorganiza su hegemonía sobre las demás clases de la sociedad e impone sus nuevas condiciones de dominación a sus aliados y a sus adversarios…

…El fascismo ha sido, juntamente con el bonapartismo y la dictadura militar, una de las formas “clásicas” del estado capitalista de excepción. Su especificidad, empero, no se deriva de la súbita aparición en la escena política de partidos o movimientos de tipo fascista sino de la profunda reorganización que impuso al conjunto de los aparatos estatales y al régimen político la resolución de la crisis hegemónica de la burguesía. Así como la aparición de un líder carismático o providencial no explica el surgimiento del bonapartismo, la emergencia de grupos fascistas o fascistizantes tampoco explica la formación del estado fascista”. (Boron, Atilio. Estado, capitalismo y democracia en América Latina. Colección Secretaria Ejecutiva, Clacso, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Agosto 2003. p. 320).

Bajo este tipo de análisis, se asume que los “totalitarismos” no son más que “fenómenos aislados”, equivocaciones o excepciones en el curso de la historia, distracciones en la marcha triunfal de la civilización y del “progreso”, como lo han entendido los teóricos liberales y algunos marxistas tradicionales que suelen desconocer el factor individual en la historia y por supuesto en la génesis del fascismo.

Pedro García Olivo, por el contrario, ha dicho que “esta tesis, es grata a los políticos y a los gobernantes, pues legitima la Democracia ‘por contraste’ (el monstruo habita fuera de ella; es su contrario absoluto) y tranquiliza de paso a las poblaciones -Auschwitz no se repetirá: hemos enterrado en sal su semilla-, no carece de dificultades internas y mantiene algunas cuestiones en la penumbra: aunque, una vez asentadas en el aparato del Estado, las formaciones fascistas ‘minaron’ desde dentro el régimen liberal, su robustecimiento electoral y su ascenso político se produjeron en el respeto y en la observancia de las “reglas del juego” democráticas -legalización, comicios, alianzas... La ciudadanía quiso el fascismo y la democracia lo condujo hasta donde debía llegar: la cúpula del Estado...”

Si bien planteamientos como los esgrimidos por el profesor Atilio Borón comportan validez histórica, no podemos desconocer, en primera instancia, que lo que solíamos llamar excepcionalidad hoy constituye la regla, la norma cotidiana de funcionamiento de los estados contemporáneos, inscritos ya en una especie de fascismo democrático, pues, estamos seguros, la llamada democracia liberal inexorablemente ha conducido a esta modalidad nueva, original, de “fascismo democrático”, o de democracia fascista, (las formas del estado capitalista, asumidas antaño como “excepcionales”; las dictaduras, militares o civiles, los golpes de estado, –presentados en Colombia eufemísticamente por parte de los valedores del poder, como simpes “golpes de opinión”– se han transformado en algo corriente, institucional, “normal”, que no reclama ya un pudoroso ocultamiento). Este fenómeno que, paradójicamente, en sus propios planteamientos Atilio Borón reconoce, al afirmar en las conclusiones del texto citado que, una investigación concreta -para la cual aquí no se ha hecho sino sugerir algunos criterios teóricos que podrían orientarla- sobre estos regímenes, su naturaleza de clase y su funcionamiento, y sobre el carácter del desarrollo capitalista en la periferia, permitirían arribar a la conclusión de que las formas del Estado capitalista asumidas por los clásicos del marxismo como “excepcionales” se han transformado en la modalidad “normal” de dominación burguesa en el capitalismo dependiente y periférico.

Es preciso realizar el desenmascaramiento de eso que se ha venido denominando “democracia representativa liberal”; de esa “democracia liberal”, que inexorablemente nos condujo, (como una herencia del régimen colonial-hacendatario, el gamonalismo, el clientelismo y la corrupción administrativa de tan larga historia en este país, consagrado al “sagrado corazón de Jesús” y a otras veleidades) a una modalidad nueva, original, de “fascismo”, esta vez de carácter democrático y parlamentario, que le ha permitido masivamente a muchos hampones y mafiosos no solo legislar y gobernar, sino constituirse en los más preclaros defensores de esta “democracia” y de sus normas…

La presencia, la naturaleza y la estructura de la personalidad autoritaria, es evidente en formaciones sociales como la nuestra; la existencia de aquellos individuos, incluso hasta sádicos y necrófilos que, como lo estudió Erich Fromm, permanecen agazapados y latentes viviendo sus particulares e insípidas vidas y haciendo un daño limitado en los estrechos marcos familiares o a sus cercanías laborales, hasta “cuando las fuerzas de la destrucción y el odio amenazan anegar todo el cuerpo político, esa gente se vuelve enormemente peligrosa; son los que ansían servir al gobierno y ser sus agentes para aterrorizar, torturar y matar”. Obstruida toda opción de democracia real por la degradación de la política; sustituida la democracia teóricamente propuesta, por este modelo pragmático de carácter “demofascista”; reducida toda esa cháchara del “estado social de derecho” al vertedero o cloaca institucional y parlamentaria, no tiene sentido persistir en la paradoja de llamar esta burla sangrienta, a este sainete, con el nombre de democracia.

El triunfo global y universalización de esa “democracia occidental”, que tanto se publicita, pero que en realidad vela y oculta la auténtica victoria de un nazi-fascismo redivivo, escondido tras la promoción e imposición de unos supuestos derechos humanos, establecidos y vigilados por la fuerza de las armas imperiales, y que se sustenta, a nivel global, en la validación y la implantación de estos “estados de derecho”, que en realidad no son otra cosa que estados mafiosos conformados por “dirigentes” y empresarios delincuenciales que son claros ejemplos de esas personalidades autoritarias, de esos caracteres subalternos…

No se trata, claro está, de una especie de “naturaleza humana” atemporal y demoniaca, que súbitamente irrumpe en el escenario histórico para imponer arbitrariamente su agresividad o “malignidad”, sino, de un potencial de destructividad previamente fomentado desde las estructuras familiares, educativas y mediáticas, reguladoras de la sociedades burguesas, que aflora cuando específicas circunstancias sociales y políticas lo reclaman, entonces estos individuos se consideran indispensables y sacan a relucir sus ansias de poder, su oportunismo, su ardiente deseo de escalar posiciones.

En todo caso no se pueden hacer reduccionismos, ya que son muchos los factores que operan en el proceso de formación de la personalidad, que favorecen o no la estructuración de un carácter autoritario, tanto referidos a los lazos familiares, como los atinentes a los espacios sociales y culturales en que acontece la vida particular y privada de estos individuos. Alice Miller en su libro “Por tu propio bien” señala, por ejemplo, el papel devastador de la familia y de la escuela en el condicionamiento temprano de los niños para la formación de una personalidad autoritaria, gracias a la permanente promoción de la obediencia y de la sumisión como principales elementos de la educación.

Dice Alice Miller: “Entre todas las figuras prominentes de Tercer Reich no he encontrado a una sola que no hubiera tenido una educación rígida y severa”. ¿No debería esto invitarnos a reflexionar? La “saludable normalidad”, la adaptación acrítica a la normatividad social establecida produce en estas personas la subalternidad, una cómoda carencia de autonomía y la búsqueda del más simple acomodamiento a las condiciones dadas. “Quienes han presenciado transformaciones políticas bruscas se refieren una y otra vez a la asombrosa facilidad con que mucha gente logra adaptarse a la nueva situación. De la noche a la mañana pueden defender convicciones que se contradicen plenamente con las que defendían el día anterior, sin que su actitud les choque. El ayer se desvanece para ellos con el cambio de poder”. Permanecer fieles a sí mismos a sus sentimientos o a sus convicciones, no hace parte de la personalidad autoritaria que en el fondo es sumisa y obediente.

Un gran número de sujetos, tanto los “democráticamente” elegidos, como un enorme grupo de sus electores, que hoy constituyen las “mayorías”, como queriendo demostrar un amplio bagaje de pluralismo intelectual, posando como los representantes éticos de la sociedad, y actuando ya no sólo a nombre de la vieja derecha goda, intolerante y sectaria, que de todas maneras decía respetar la constitucionalidad, sino, en nombre y representación de una amplísima militancia que se reclama centro-democrática e incluso, varios de ellos, como fervientes activistas de una “nueva izquierda”, desbordando los límites de la teoría democrática, se aferran como obedientes subalternos, súbditos o lacayos, a la disciplina corporativista medieval, o mejor fascistoide, que les impone su caudillo.

Estos personajes, con actitudes calculadas y sobradoras, –rutinariamente empleadas y ampliamente difundidas por todo el aparataje mediático que los circunda–, hábilmente manejan palabras, discursos, tesis y posturas, supuestamente en torno a los valiosos compromisos históricos que representan para la transformación y el cambio, o como defensores del orden institucional y de las leyes. Prevalidos del mayor cinismo de que pueden hacer gala, mañosamente, hacen llamados al olvido y al perdón, como si el asunto de la institucionalización del narcotráfico y el paramilitarismo no fuese más que un pequeño problema de baranda, revanchismo, o divergencias referidas a opiniones encontradas; lamentablemente este comportamiento es secundado por un grupo de plumíferos o pseudo-periodistas, encargados de presentar esto como expresión de la democracia y de la libertad.

Es imprescindible para quienes se mueven tanto en la “política”, como en los llamados quehaceres pedagógicos, tratar de rastrear los orígenes y fundamentos de la conformación de este tipo de personalidad, que fortalecen las propuestas fascistas y fascistoides con que el capitalismo cotidianamente arremete, y que parecieran campear hoy no sólo en el mundillo politiquero y electoral con sus rebaños de obedientes y obsecuentes electores, sino incluso en el propio ambiente cultural, académico y universitario.

Edición 660 – Semana del 9 al 15 de noviembre de 2019
   
 
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