Votar ¿para qué?

 
 
 

Los colombianos merecemos los mejores políticos, los que muy conectados con la realidad se decidan a servir a la sociedad y no a servirse de ella, para sus ambiciones particulares. Para eso son las elecciones, para elegir a las mejores personas, a los mejores ciudadanos y a las mejores propuestas, esa es la esencia de la democracia. Es decir: democracia no es votar, es votar bien.

 
Carlos Arturo Velandia Jagua
 
Promotor de Paz
 
 

Mi padre fue un abstencionista militante, no creía en los políticos, irreverente y mordaz en sus comentarios cada vez que escuchaba las noticias por la radio, un viejo Philips de tubos y cuatro bandas, de esos que demoraban un minuto en encender mientras se calentaba, y al que nosotros, los hijos, llamáramos “el caneco” por su tamaño voluminoso, de carcaza de baquelita y una fina malla en el centro y al frente con un logo de la Philips en hilos dorados, que fibrilada con los sonidos bajos de su potente parlante, y con el que mi padre terminaba peleando, por las declaraciones de los gobernantes y los políticos, discutía con ellos como si los tuviera al frente. Era frecuente oírle decir: “si güevas, no me crea tan pingo”.

Ese radio era todo en nuestra casa, a sus pies nos arremolinábamos a escuchar los cuentos infantiles de las 5 de la tarde, las radionovelas de Nikolai Cherkov el cosaco ruso, Rolando Candiano noble y plebeyo; y por las noches a las 12 de la noche “La hora de ultratumba”, que comenzaba con un anuncio de voz temblorosa que decía “Son las doce de la noche, hora de crimen y muerte, se abre una puerta secreta , se asoma una mano negra y peluda...” ese radio en el que mi padre nos hiciera oír, y a los vecinos también, porque lo ponía a alto volumen, la Voz de los Estados Unidos de América, las emisiones de la BBC de Londres y de vez en cuando a Radio Habana Cuba, la emisora de “Fidel y los barbudos”.

Mi padre, liberal de ideas radicales, que había conocido la violencia en carne propia porque siendo muy joven a los 16 años fue reclutado y llevado, con tan solo dos meses de entrenamiento, a las selvas del Amazonas, a pelear en la guerra con el Perú en 1932. Pero que también conocía de las guerras contadas por sus ancestros, que habían combatido en las guerras civiles del Siglo XIX. Se ufanaba de solo haber votado tres veces en su vida, mientras que mi madre levantaba el dedo índice derecho apuntando hacia el cielo diciendo: “y yo moriré virgen porque jamás mancharé mi dedo en unas elecciones”; y era graciosa esa expresión de virginidad de mi madre, después de haber parido y criado a catorce hijos, “insistir” en una virginidad, que era más un símbolo de pureza, de asepsia política; que una pureza orgánica.

La primera vez que voto mi padre fue por “el mono” Enrique Olaya Herrera, “para sacar a los godos del gobierno”; la segunda cuando votó por el General Gustavo Rojas Pinilla, porque era “mi General el que me dio una casa del Instituto de Crédito Territorial”, por la que pagó cuotas mensuales fijas de $32.32 durante quince años; y la tercera cuando votó por Virgilio Barco Vargas, “porque estudió conmigo en Cúcuta en la escuela pública, él iba con zapatos de charol, y era llevado por un conserje de leontina y librea, mientras que yo iba con la pata en el suelo. En ese entonces le pagaban a Virgilito un centavo de regalías por cada barril de petróleo que sacaban en la concesión Barco, a perpetuidad en los pozos del Catatumbo, él de niño ya era muy rico”.

Son múltiples las razones por las que un elector da su voto, muy pocas veces por las ofertas programáticas de su campaña o por la filosofía de su partido. Salvo aquellos que han asumido una ideología o una férrea militancia partidista y votan siempre, aunque no con el propósito de ganar, sino de hacer con su voto un testimonio de lealtad, de pureza ideológica, y de eso que últimamente han dado en llamar “coherencia”; la mayoría de las veces vota por el influjo de la publicidad seductora o por motivaciones aviesas instigadas por políticos adversarios. Hablar mal del contrincante, desprestigiarlo, infamarlo, mentir; son recursos efectivos para hacerse elegir. En muy pocas ocasiones los políticos se trenzan en batallas de ideas, que es lo que debiera ser en una auténtica democracia. Desinformar, distorsionar, exagerar sobre el discurso o la vida del contradictor vende más que el discurso propositivo y transformador. Y qué decir de las emociones, instigar para generar desconfianza, rabia, tristeza y desolación en el elector, es un recurso, nada ético pero muy efectivo a la hora de sumar votos a favor o en contra de alguien.

Con la memoria fresca de los contenidos de la campaña en el plebiscito del 2 de octubre de 2016, en el que la oposición política al proceso de paz, promovió el NO al Acuerdo de Paz firmado en Cartagena el 26 de septiembre; haciendo uso de las más abyectas prácticas de mentir sin sonrojarse, agrediendo la inteligencia e insuflando los ánimos con falacias; lograron poner a su favor el voto mayoritario de esa consulta, produciendo como resultado una sombra de ilegitimidad en el acuerdo de paz que ponía fin a una guerra de más de 50 años; me di a la tarea de indagar la importancia que tienen algunos temas para el elector a la hora de votar.

Utilizando una herramienta que permite hacer encuestas por redes sociales, hice cinco sondeos de opinión sobre temas puntuales, obteniendo unos resultados sorprendentes, que me propongo compartir con los lectores. Las encuestas pueden ser vistas en mi cuenta de Twitter @carlosvelandiaj y de Instagram @carlosarturovelandia3.

A la pregunta ¿Cree usted que La Paz tendrá una nueva oportunidad en las próximas elecciones en Colombia?, el 78% de los participantes respondió que SI, lo cual refleja más que una realidad un anhelo, por cuanto la paz no es una oferta de las campañas electorales, salvo la del candidato Gustavo Petro de la coalición Pacto Histórico cuyo planteamiento sobre la paz es programático y estructurante de su política de gobierno; y uno que otro candidato de la alianza electoral Centro Esperanza, que solo tratan el asunto de la paz si los periodistas se lo preguntan.

La razón de que la paz no sea una oferta de campaña, está en que con ella no se obtienen réditos en términos de votos, pues ya es sabido que la paz siempre es más impopular que la guerra, esta última sirve para inflamar el espíritu patriótico o nacionalista, así ocurrió cuando Fujimori le declaró a Ecuador la guerra, por un viejo contencioso sobre la soberanía de una franja pequeña, en el Alto Cenepa, zona limítrofe en lo más perdido de la selva amazónica. Esta “guerrita” que fue sofocada por la intervención diplomática de los países garantes del Protocolo de Rio, Argentina, Brasil, Chile y Estados Unidos no duró más de un mes, entre enero y febrero; aunque Perú la perdió, y debió retirarse con el rabo entre las piernas; le sirvió a Alberto Fujimori para ganar las elecciones en 1995.

Otra experiencia de esta índole ocurrió en Colombia, cuando Álvaro Uribe Vélez ganó las elecciones con el discurso de guerra total contra las guerrillas, en medio del desgaste y desprestigio de la paz, por el agotamiento y la no obtención de “resultados a la vista” en las negociaciones del Caguán. Uribe saltó de tener solo 5% de favorabilidad en enero de 2002 a ganar la presidencia en primera vuelta en mayo de ese año.

A la pregunta sobre el deseo de los colombianos en el 2022, entre las variables: mejores salarios, paz completa, menos corrupción, y más empleos; los participantes optaron por paz completa en un 44% y por menos corrupción en un 40%, en tanto a más empleo con un 12% y mejores salarios un 4%. Este es un resultado sorprendente, por decir lo menos, por cuanto precisamente el desempleo cabalgante y los bajos salarios son considerados grandes males estructúrales, en la economía colombiana y sentidos por la sociedad como los más acuciantes y necesarios de superar.

Por ello, cabe interpretar que la alta importancia que le han dado a la paz completa y a menos corrupción, se debe a que se estima que resolviendo estas dos situaciones, habrá prosperidad económica, más empleos y mejores salarios. Y a mi juicio no se equivocan. Está demostrado empíricamente que las sociedades que superan los conflictos bélicos, obtienen mayores niveles de crecimiento económico, de desarrollo general y de bienestar social; que las que se mantienen con conflictos, que degradan y envilecen la vida.

A la pregunta sobre qué es lo peor de las elecciones, los participantes escogieron así: la compra de votos en un 40%; los mismos de siempre con un 28%; y las falsas promesas y la violencia con un 16% respectivamente. Siendo todas estas variables de connotación negativa, los participantes repudian con mayor determinación la compra de votos, una práctica corrupta y criminal que tiene un impacto brutal en toda la geografía del país, pero con mayor influencia e incidencia en la Costa Atlántica, donde las “Casas” electorales y clanes políticos se sirven de estas formas para hacerse elegir y detentar el poder político.

Pero también repudian a “los mismos de siempre” con gran determinación, lo cual refleja un hastió de la clase política dirigente, que no permite renovación política, ni ideológica y mucho menos generacional, pues los jóvenes que llegan comportan viejas ideas y los mismos vicios y prácticas que sus mayores.

Sobre las falsas promesas y la violencia, los participantes en el sondeo de opinión dan por descontado que estos fenómenos siempre están presentes, o son connaturales a los procesos electorales, al menos así ha ocurrido en los últimos 60 años. En términos generales se da por asumido que los políticos hacen falsas promesas, o que prometer y no cumplir es parte de la política electoral. La violencia siempre ha acompañado las elecciones, principalmente en las zonas más impactadas por el conflicto, donde los distintos actores armados ejercen presiones y constriñen la voluntad de los electores, en favor de unos o en contra de otros.

En el sondeo sobre aspectos determinantes a considerar en una campaña electoral, los potenciales votantes en un 54% dijeron que la tripleta de paz, seguridad y corrupción, tienen prelación sobre otras temáticas, entre ellos la dupla de inversión social y empleo, que obtuvo el 35% de los votos en la encuesta. El dúo de temas de economía e impuestos obtuvo el 11% de los votos en importancia, en tanto que relaciones internacionales y soberanía obtuvieron cero votos. Esto no significa que a los electores no les importen estos aspectos, por lo contrario, pero el elector al momento de optar por diversos temas prioriza unos sobre otros, a los que da determinado valor o importancia.

Finalmente, en relación con la guerra Rusia – Ucrania, a la pregunta de cuál debería considerarse la prioridad de Colombia, entre las variables de expedir o sumarse a las sanciones a Rusia, mediar en la guerra entre Rusia y Ucrania, y la opción de hacer La Paz en Colombia; el 81% de los participantes consideró que La Paz en Colombia es la prioridad para los colombianos, en tanto que las otras opciones tuvieron una consideración irrelevante.

En resumen: la paz, cerrar el conflicto armado y alcanzar la paz completa, la lucha contra la corrupción, contra la compra de votos, y priorizar los problemas propios, los del país sobre los que ocurren en otras latitudes del mundo; son las mayores preocupaciones de los colombianos, sin perjuicio de otros aspectos de la vida política, social y económica que son determinantes en nuestra sociedad.

Espero que estas consultas y sus resultados puedan inspirar a los políticos que pretenden y aspiran a ser elegidos, y a los potenciales votantes, para que cuenten con otros referentes a la hora de votar en favor de uno u otro candidato o de una u otra opción política. Los colombianos merecemos los mejores políticos, los que muy conectados con la realidad se decidan a servir a la sociedad y no a servirse de ella, para sus ambiciones particulares. Para eso son las elecciones, para elegir a las mejores personas, a los mejores ciudadanos y a las mejores propuestas, esa es la esencia de la democracia. Es decir: democracia no es votar, es votar bien.

Edición 769 – Semana del 12 al 18 de marzo de 2022
   
 
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