Racismo estructural en Colombia: a propósito de los insultos a Francia Márquez

 
 
 

Resulta paradójico que el expresidente César Gaviria, un hombre con privilegios, perteneciente a una élite política que introdujo el neoliberalismo en el país, y quien se da el lujo de elegir a qué candidato apoyar cada cuatro años, sujeto a la burocracia y contratos ofrecidos, se sienta ofendido por las palabras de una mujer que ha sido víctima del sistema que él mismo ha promovido.

 
Juan Carlos Amador
 
Profesor Universidad Distrital Francisco José de Caldas (DIE)
 
 

El pasado 23 de marzo, el candidato del Pacto Histórico, Gustavo Petro, oficializó en rueda de prensa el nombre de Francia Márquez como su fórmula vicepresidencial. En medio de preguntas simples y capciosas, la dupla se desempeñó de manera solvente y hasta espontánea alrededor de temas como la función del vicepresidente según la Constitución, las tareas que adicionalmente desempeñaría Márquez al frente de un eventual Ministerio de la Igualdad, la necesidad de trasladar la sede de campaña a Medellín e incluso el manejo de las relaciones internacionales. Al final, casi cerrando el evento, un periodista preguntó de manera puntillosa si Márquez estaría de acuerdo con una posible alianza con el partido liberal. Al respecto, la líder afrocolombiana respondió: “Nunca he negado la necesidad de trabajar con el Partido Liberal, siempre dijimos que con ese grupo hay toda la apertura y la disposición de avanzar como tal. El problema es con César Gaviria como persona, él representa el neoliberalismo, representa más de lo mismo. El país necesita un cambio, bienvenido el Partido Liberal y aquí está”.

Al cabo de unas horas, a través de un comunicado oficial del Partido Liberal, el expresidente César Gaviria respondió: “las declaraciones groseras, falsas y malintencionadas que hizo la señora Francia Márquez candidata a la vicepresidencia del Pacto, en presencia del candidato Gustavo Petro, constituyen una ofensa inaceptable, y hacen inviable cualquier diálogo con ese sector político”. Posteriormente, en un intento de recomponer el diálogo a sabiendas que el respaldo del oficialismo liberal resultará estratégico para la primera vuelta, Petro posteó en su cuenta de Twitter que una actitud liberal debería estar dispuesta a la crítica y que si esta colectividad quiere unirse al fascismo la historia la juzgará severamente. Al final, el líder del Pacto Histórico dejó abierta las puertas para que este partido tradicional se una al proyecto político que convertirá a Colombia en “potencia de la vida”.

Además de la reacción del expresidente Gaviria, la cual para muchos oscila entre una actitud de pataleta y un pretexto calculado para retirar cualquier apoyo al progresismo, a lo largo de los siguientes tres días se produjeron reacciones a favor y en contra de la líder afrocolombiana procedentes, tanto de opositores al Pacto Histórico como de usuarios comunes de redes sociales. Dentro de las críticas respetuosas, algunos señalaron que sus palabras fueron un error político, que se evidencia su inexperiencia en estos escenarios y que los términos utilizados no fueron adecuados, entre otros comentarios. Sin embargo, otras personas, entre ellos representantes del partido de gobierno, emplearon repertorios discursivos de ataque, inferiorización y discriminación hacia esta mujer.

Dentro de este segundo grupo, se destaca la afirmación de una usuaria de Twitter que se identifica con el Uribismo, quien señaló que le dio risa oír a Francia Márquez porque “contesta fuera de contexto, vomitando. Su extremado resentimiento, su extremado ataque a todos los demás, su desconocimiento, su léxico”. Por su parte, a propósito del uso del lenguaje inclusivo por parte de Márquez, alfiles reconocidos del Uribismo no se quedaron atrás. Margarita Restrepo, congresista del Centro Democrático, afirmó: “Mayores y mayoras, Nadies y nadias, Personas y persones. ¡Dios salve a Colombia!”. Al tiempo, Álvaro Hernán Prada, el mismo que se retiró de la Cámara de Representantes para evitar ser investigado por la Corte Suprema, dada su presunta complicidad en el caso del soborno de testigos a favor de su jefe político, igualmente preocupado por el idioma, publicó “No saben hablar, no les enseñaron Español o Lenguaje, dañan hasta el idioma”. Por último, la periodista Paola Ochoa, de la emisora Blu Radio, también conocida por su desprecio hacia los pobres, los jóvenes y los que se movilizan contra el establecimiento, en esta ocasión expresó al aire: “Cualquier vicepresidenta al lado de Francia Márquez se vería muy mona, muy maja, muy estrato seis”.

Como se observa, los ejemplos seleccionados en este sintético recuento representan la persistencia de un racismo estructural que caracteriza a la sociedad colombiana y que está presente hasta en los aspectos más simples de la vida cotidiana. El racismo comprende un conjunto de ideas, discursos y comportamientos que legitiman la discriminación –y hasta la deshumanización– de determinados grupos étnicos en una sociedad. Una de las razones que explica este fenómeno está relacionado con el predominio del eurocentrismo, desde el siglo XVII, y las tesis del darwinismo social y la eugenesia, dadas a conocer a principios del siglo XX por Spencer y Galton, entre otros, las cuales sostenían que determinadas razas eran superiores a otras debido a que eran más fuertes, sanas e inteligentes. Según estos discursos, aquellos pueblos y culturas que no cuentan con estas virtudes no deberían reproducirse. Este sistema de poder material y simbólico sentó las bases de la dominación y la eliminación sistemática de grupos, pueblos y culturas, tal como se evidencia con el maltusianismo, el natalismo selectivo y el fascismo.

En el caso de las Américas, la experiencia colonial desde el siglo XVI implicó un etnocidio sin precedentes en la historia de la humanidad, la expropiación de tierras y recursos, así como la imposición de la cultura hispano-católica. Al presumir que los indígenas y los africanos eran seres sin alma, se justificó su esclavización y exterminio, aunque eventualmente, como lo muestran las Crónicas de Indias y otras fuentes, algunos sectores de la Iglesia Católica defendieron la tesis de que estos individuos podrían ser evangelizados para entrar al reino de Dios. Aunque en las primeras décadas del siglo XIX se produjo la independencia de la mayoría de territorios de la región, el racismo y las distintas formas de discriminación heredadas de la colonia no desaparecieron. Por el contrario, se incorporaron en las formas de pensar, en los cuerpos, en las instituciones y en las relaciones sociales. Esto explica por qué, aunque se haya iniciado una historia republicana, a partir de 1810, conducente a consolidar el ideal de la nación, en el caso de Colombia persisten formas de pensar y actuar coloniales que legitiman la presunta inferioridad del otro a partir de su origen étnico, su clase social, su género, su orientación sexual, su edad y/o su condición de discapacidad.

Si bien algunas políticas de inclusión parecen haber tenido resonancia en determinados sectores a lo largo de las últimas dos décadas, el racismo estructural es evidente en el ordenamiento social de Colombia. Estudios de la Cepal (2020) revelan que la incidencia de la pobreza y de la pobreza extrema entre los afrocolombianos ubicados en zonas rurales es significativamente superior (30.5%) a la población blanco-mestiza. Por su parte, Acnur (2012) demuestra que diversos hechos victimizantes relacionados con el conflicto armado, entre ellos el desplazamiento forzado, ha tenido un grave impacto en la identidad y la autonomía de los pueblos afrocolombianos, específicamente en lo que refiere a la pérdida de los territorios colectivos, a pesar de la implementación de la ley 70 de 1993. Y, de acuerdo con una investigación sobre discriminación racial en el trabajo, llevada a cabo por Dejusticia (2013), se evidenció que los afrodescendientes ocupan las posiciones más bajas en la pirámide ocupacional, es decir, en aquellas labores que requieren menor calificación y que tienen menor remuneración. Como complemento, a partir de un diseño experimental, el equipo investigador envió 900 hojas de vida a ofertas laborales en Bogotá con fotografías de personas afrodescendientes, indígenas y blanco-mestizas. Los resultados indican que solo el 9% de los afros tuvo una llamada de respuesta.

Este panorama, junto a los insultos a Francia Márquez ocurridos en los últimos días, entre otros hechos no descritos acá, demuestran que Colombia es un país racista y que el partido de gobierno, el cual lleva cerca de 20 años en el poder, se identifica con esta manera de tratar a las personas afro e indígenas. Las palabras de Margarita Restrepo buscan no solo denigrar el lenguaje inclusivo empleado por Márquez, sino alertar a la sociedad sobre una eventual vicepresidencia de esta mujer, dada su supuesta ignorancia frente al uso de la lengua castellana. Por su parte, Prada, un patriarca politiquero del departamento del Huila en decadencia que está haciendo maromas para huir de la Corte Suprema, además de ratificar el discurso de Restrepo, ahonda en su postura racista al separar implícitamente nosotros (blancos, ilustrados, autorizados para decidir) y ellos (no saben…no les enseñaron). Estos últimos, según el discurso de Prada, abusan del lenguaje y deben estar ajenos de las decisiones políticas.

No obstante, el gesto más racista de este repertorio de insultos lo representa la periodista Paola Ochoa. Además de descalificar a la líder afrocolombiana, afirmando que su apariencia no estaría a la altura de las vicepresidentas de la comunidad internacional, plantea con cierto tono de ironía que cualquier mujer contaría con cánones de belleza y de clase social superiores. Este fenómeno demuestra cómo los medios de comunicación adscritos al establecimiento ejercen estrategias de violencia simbólica para minimizar a personas que, como Márquez, han heredado la negación de sus derechos, la falta de oportunidades, el abandono estatal, la discriminación por género, la racialización y la degradación ontológica, socio-cultural y política. Se trata entonces de un problema interseccional que integra múltiples formas de opresión, tal como lo señala Bell Hooks al denunciar la existencia de “un patriarcado capitalista supremacista blanco”. En otras palabras, el problema no radica exclusivamente en la discriminación por género que afecta a las mujeres en general, sino en una forma de poder estructural que ahonda en la dominación cuando estas mujeres además son trabajadoras explotadas o son racializadas.

Por esta razón resulta paradójico que el expresidente César Gaviria, un hombre con privilegios, perteneciente a una élite política que introdujo el neoliberalismo en el país, y quien se da el lujo de elegir a qué candidato apoyar cada cuatro años, sujeto a la burocracia y contratos ofrecidos, se sienta ofendido por las palabras de una mujer que ha sido víctima del sistema que él mismo ha promovido. No es posible establecer si la eventual llegada de Francia Márquez a la vicepresidencia de Colombia contribuya a descolonizar y despatriarcalizar a la sociedad. Sin embargo, la visibilidad de los pueblos afrocolombianos e indígenas en esta coyuntura alimenta de esperanza a aquellos grupos, pueblos y culturas históricamente silenciados y marginados, y estimula a muchos a imaginar nuevas utopías. Este escenario también invita a recordar las inspiradoras palabras de Bell Hooks frente a la lucha del Black Feminism en los Estados Unidos: Si las mujeres negras se mantienen firmes y nuestro compromiso es poner fin a la dominación, sé que estoy apoyando a los hombres negros, los niños negros y las mujeres ancianas negras porque lo fundamental es la lucha para acabar con la dominación en todas sus formas.

Edición 771 – Semana del 26 de marzo al 1º de abril de 2022
   
 
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