Acerca del imperativo categórico

 
 
 

La torpe intervención, por parte del General Eduardo Enrique Zapateiro Altamiranda, comandante del Ejército Nacional de Colombia, en el debate electoral, nos lleva a repensar la filosofía kantiana y su enorme prepotencia teórica e intelectual en el mundillo académico y a analizar, también, el concepto jurídico y político de la supremacía constitucional y el tan socorrido principio del “imperio de la ley”.

 
Julio César Carrión Castro
 
Universidad del Tolima
 
 

Prevenciones sobre la filosofía kantiana

La Fuerza Pública no es deliberante; no podrá reunirse sino por orden de autoridad legítima, ni dirigir peticiones, excepto sobre asuntos que se relacionen con el servicio y la moralidad del respectivo cuerpo y con arreglo a la ley. Los miembros de la Fuerza Pública no podrán ejercer la función del sufragio mientras permanezcan en servicio activo, ni intervenir en actividades o debates de partidos o movimientos políticos”.
Artículo 219 Constitución Política de Colombia.

La torpe intervención, por parte del General Eduardo Enrique Zapateiro Altamiranda, comandante del Ejército Nacional de Colombia, en el debate electoral, nos lleva a repensar la filosofía kantiana y su enorme prepotencia teórica e intelectual en el mundillo académico y a analizar, también, el concepto jurídico y político de la supremacía constitucional y el tan socorrido principio del “imperio de la ley”.

En el archiconocido texto de 1784, “Respuesta a la pregunta: ¿qué es la Ilustración?” Immanuel Kant dice: “La ilustración es la salida del hombre de su condición de menor de edad de la cual él mismo es culpable. La minoría de edad es la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad, cuando la causa de ella no radica en una falta de entendimiento, sino de la decisión y el valor para servirse de él con independencia, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! es pues la divisa de la ilustración. La pereza y la cobardía son las causas de que la mayoría de los hombres, después que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter majorennes), permanecen con gusto como menores de edad a lo largo de su vida, por lo cual le es muy fácil a otros el erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia, un médico que dictamina acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré esforzarme. Si sólo puedo pagar, no tengo necesidad de pensar: otro asumirá por mi tan fastidiosa tarea.

Más adelante asevera Kant: “…Por cierto, la más inofensiva de las que pueden llamarse libertad, a saber: la libertad de hacer uso público de la propia razón en todo respecto. Sin embargo, oigo exclamar por doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no razones, adiéstrate! El consejero de finanzas; ¡no razones, sino paga! El pastor; ¡no razones, sino cree! (Sólo un único señor en el mundo dice: ¡razonad todo lo que queráis, pero obedeced!) Por todos lados limitaciones de la libertad. Pero ¿qué limitación impide la ilustración y cuál, por el contrario, la fomenta? Respondo: el uso público de la razón debe ser libre siempre, y es el único que puede producir la ilustración de los hombres. El uso privado de la misma, en cambio, debe ser con frecuencia severamente limitado, sin que obstaculice con ello particularmente el progreso de la ilustración. Entiendo por uso público de la propia razón, el que alguien hace de ella en cuanto sabio ante la totalidad del público lector. Llamo uso privado al empleo de la razón que se le permite al hombre en el interior de una posición civil o de una función que se le ha confiado. Ahora bien, en muchas ocupaciones que conciernen al interés de la comunidad es necesario cierto mecanismo por medio del cual algunos de sus miembros se tienen que comportar de modo meramente pasivo, para que, mediante una unanimidad artificial, el gobierno los dirija a fines públicos o, al menos para impedir la destrucción de los mismos. En este caso ciertamente no es permitido razonar, sino que se debe obedecer (...) ...Para garantía de la paz pública, puede decir algo a lo que no puede atreverse un Estado libre: ¡razonad tanto como queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!...

Respuesta a la pregunta: ¿qué es la ilustración?” Immanuel Kant (Traducción Rubén Jaramillo Vélez)

Durante el juicio realizado en 1962 en Jerusalén contra Adolf Eichmann, comandante de las escuadras policíacas llamadas Saal-Schutz –S. S.– y responsable de la llamada “solución final” o muerte administrada, aplicada por los nazis, que llevo al exterminio a cerca de seis millones de personas, entre judíos, gitanos y otras minorías étnicas, a los discapacitados, homosexuales y otros individuos y grupos considerados “anormales” o “asociales”, así como a opositores políticos del régimen, según lo relata Hannah Arendt en su obra “Eichmann en Jerusalén –Un estudio sobre la banalidad del mal–”, el acusado estableció con claridad que la ley, basada en las órdenes del Führer, a las que el ordenamiento jurídico del Tercer Reich había dado plena validez, él las observó a cabalidad, en su condición de ciudadano fiel cumplidor de las leyes; en consonancia con el “imperativo categórico” y los preceptos morales establecidos en la Fundamentación de la metafísica de las costumbresy en Crítica de la Razón Práctica de Kant.

En su obra Hannah Arendt afirma que Eichmann malinterpretó a Kant, pues sus principios éticos proscriben la obediencia ciega. En todo caso, las últimas palabras de Eichmann, ratificando su estricto cumplimiento del sentido del deber, fueron: “Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera”.

Kant plantea que la autonomía es servirse del propio entendimiento pero que debemos suspender ese “propio entendimiento” cuando lo reclame el interés general que se expresa en las órdenes dadas por el gobierno y que “en este caso no cabe razonar, sino que hay que obedecer”. Obedecer fue lo que hizo Adolf Eichmann, simplemente reduciendo el imperativo categórico a las órdenes dadas por el gobierno nazi.

Pero el asunto de la debida obediencia y del acatamiento acrítico a las disposiciones estatales, como lo establecen los principios kantianos, debe rastrearse de una manera más pormenorizada y amplia...

Hay que reiterar que este tipo de cómodas “explicaciones”, constituyen una astuta estrategia, no sólo de los obedientes defensores de la ley y el orden, de los valores de la “democracia” y de la civilización occidental y cristiana, sino, incluso, de todos aquellos camaleones, lentejos, politiqueros “voltearepas” y pseudo “periodistas” que, agotados sus movimientos ficticios de confrontación al poder y, para justificar su oportunismo y su transfuguismo ético e intelectual, optan por acomodarse.

Hoy como ayer los renegados, los traidores y los tránsfugas plantean (justificando su acomodamiento) que desconfían del poder, pero que a pesar de todo se incrustan o empotran en las estructuras de mando, con el supuesto propósito de transformarlas, para “no dejarles el poder a los de siempre”, para ayudar desde los pliegues del sistema a los más vulnerables, a los necesitados, a los desprotegidos, a los perseguidos y, por supuesto, para no asumir una estéril “oposición teorética y eterna”.

Se trata, según ellos, de una especie de treta, de maña, de ardid –una “jugadita”, para decirlo en términos más coloquiales– algo así como una expresión de sagacidad, de viveza intelectual y moral. “Jugadita” que significa aparentar ser ciudadanos cumplidores de la ley y defensores del “orden”, estos aguerridos defensores de la ley, simplemente estarían cumpliendo con el mandato, hipócritamente establecido en la propuesta kantiana, del adecuado “uso público” y el “uso privado” de la conciencia.

Arendt, en la obra citada, señala cómo toda la maquinaria de exterminio nazi, que funcionó con increíble precisión tecnológica en Alemania, “tanto en los años de fácil victoria, como en los de previsible derrota”, fue planeada y perfeccionada en todos sus detalles, mucho antes de que los horrores de la segunda guerra mundial se hicieran presentes, por los asesores jurídicos, técnicos e intelectuales, que cooperaban estrechamente con el aparato militar y con el andamiaje propagandístico y publicitario, encargado de lograr la persuasión del conjunto de una sociedad civil aletargada dispuesta a la “debida obediencia”, que terminaría apoyando irrestrictamente todas las propuestas del Nacional-Socialismo, incluso la de la “solución final”, esto es, el método expedito de suprimir por la violencia y por la muerte a todos sus contradictores. A propósito, dice Hannah Arendt, que fue significativa la complicidad que tuvieron los propios Consejos de las Comunidades Judías en la organización de la persecución y finalmente en el propio holocausto.

El filósofo Michel Onfray, en una pequeña obra de teatro que llamó “El sueño de Eichmann” –Editorial Gedisa 2009– nos asevera que Eichmann fue “un kantiano entre los nazis”. En la primera parte de su obra Onfray se muestra sorprendido por descubrir, al leer la obra de Hannah Arendt, que el criminal durante el juicio, se reivindicó nietzscheano, a la vez que kantiano. Superando ese primer momento de asombro, Onfray concluye que, efectivamente, los planteamientos y principios morales de Kant, tal como Eichmann lo supuso, recomiendan una obediencia sin cuestionamientos, a las normas, a las leyes, a la llamada institucionalidad. Consideran como algo imposible la desobediencia a las leyes que han sido fijadas por el Estado. Onfray, de esta manera condena la ética de Kant ya que, dice, ésta admite acciones atroces e incluso el genocidio, amparándose en el cumplimiento de la ley y en la debida obediencia –como, en nuestro medio, lo hacen Álvaro Uribe, Iván Duque, Diego Molano, la Cabal o el Zapateiro, entre muchos otros.

Así, paradójicamente, siempre se han impuesto los mecanismos de obediencia y subalternidad entre las enormes huestes de militares, burócratas, adeptos, discípulos y simpatizantes de múltiples sectas y corrientes, incluso en las sociedades contemporáneas que tan orgullosamente se denomina “democráticas”. No obstante, estos fervientes militantes y seguidores están dispuestos a burlarse de esas mismas normas que astutamente se presentan como sagradas e inviolables.

A los ciudadanos, fieles cumplidores de las leyes, se les dice, por ejemplo, que las Fuerzas Armadas no son deliberantes ni pueden participar en política porque son algo así como los neutrales garantes de la institucionalidad, pero, convenientemente se “olvida” que esas mismas fuerzas armadas permanentemente han participado en los quehaceres políticos, actuando abiertamente, o tras bambalinas, –como militares, paramilitares, pájaros, chulavitas, sicarios, águilas negras, etc.– garantizando, no el imperio de la Constitución y de las leyes, sino el mantenimiento de la oligarquía y de las mafias en las estructuras del poder.

Hannah Arendt explica, además, que: “No cabe duda de que, sin la cooperación de las víctimas, hubiera sido poco menos que imposible que unos pocos miles de hombres, la mayoría de los cuales trabajaba en oficinas, liquidaran a muchos cientos de miles de individuos...” y agrega a manera de crítica, a quienes afirman que esta pudo ser una táctica desesperada de sobrevivencia: “entregarse a los enemigos para ‘evitar algo peor’ no supone forma alguna de resistencia, sino una refinada estrategia para tranquilizar la conciencia”. Queda claro que el colaboracionismo judío en el propio extermino de sus correligionarios se efectuó, también, gracias a la debida obediencia, a la subordinación total al “imperio de las leyes”, hecha por ciudadanos normales y corrientes; así como la “gente de bien” en nuestro medio, apoya sin cuestionamiento alguno, a los políticos y militares corruptos.

El evidente respaldo que se manifiesta y se viene realizando ahora en Colombia, no sólo por parte de algunos candidatos en la presente contienda electoral –Así, el aspirante aupado por Álvaro Uribe Vélez, Federico Gutiérrez, alias Fico–, ante la crítica que algunos sectores han hecho por la “descarada intervención en política” por parte del General en mención, de manera contundente y sin ambages dijo: “Apoyo a nuestras fuerzas militares”; el señor Enrique Gómez, candidato también a la presidencia, y nieto de Laureano Gómez (ese presidente falangista que gobernó prácticamente de facto –fue candidato único y ascendió a la presidencia sin tener contendientes– entre 1950 y 1951) trinó al respecto: “Me comprometo con Colombia: si llego a la Presidencia siempre velaré porque se respete y se valore a nuestro glorioso Ejército Nacional. Siempre estaré del lado de las fuerzas militares…”

Igual comportamiento y opinión han tenido muchos de los militantes y activistas políticos en la actual contienda: El senador Ciro Ramírez del llamado Centro democrático de Uribe Vélez, espetó: “Como comandante de las fuerzas militares hizo bien el general Zapateiro en defender la institucionalidad, porque aquí estamos hablando de instituciones, que por más que no les guste es la institucionalidad, es la ley y la Constitución la que se debe respetar… Por eso, el comandante de las fuerzas militares sale en el marco de la Constitución y de la ley a defender la institución… Por eso respaldo esa defensa que hizo el general Zapateiro”.

La impotable y servil gacetillera Vicky Dávila de la revista Semana, de propiedad del oprobioso grupo Gilinski, armó e impulsó un fingido, artificial y adulterado “debate”, en que apresuradamente concluyó que “todas las reservas rodean a Zapateiro contra el candidato Gustavo Petro”.

El propio subpresidente Iván Duque, sin ningún miramiento, tacto, discreción o delicadeza, abiertamente respaldo al General: “Un senador de la República se pronunció agrediendo a nuestras fuerzas militares, señalándolas de cómplices del narcotráfico. Si cualquier persona y más un congresista, hace una acusación de ese nivel, que la presente a los tribunales y no enlode con política la institucionalidad”, a sabiendas de que Dairo Antonio Úsuga alias “Otoniel” salpicó a dos generales antes de su extradición a los Estados Unidos: Mario Montoya y Leonardo Barrero Gordillo; a sabiendas de que ya son muchos los militares implicados, investigados y hasta condenados, no sólo por los llamados “falsos positivos”, sino, precisamente, por sus incuestionables nexos con el narcotráfico, el paramilitarismo y con las mafias.

Todo este barullo lo han armado porque el candidato de mayor respaldo popular, Gustavo Petro, en un trino en las redes sociales dijo una verdad de Perogrullo: “Mientras los soldados son asesinados por el clan del golfo, algunos de los generales están en la nómina del Clan. La cúpula se corrompe cuando son los politiqueros del narcotráfico los que terminan ascendiendo a los generales”.

Y… ¡Ahí fue Troya!, el tropero gorila explotó y los políticos, los politiqueros, los politólogos, los “periodistas”, los ciudadanos del común y las “gentes de bien”, se rasgan las vestiduras y hasta llegan a proponer, incluso, la “suspensión de la democracia para salvar la democracia”, la violación de las normas constitucionales, para, supuestamente, salvar la Constitución y las leyes. Todo como tratando de lograr el sueño del general Zapateiro, un ejemplar heredero de Adolf Eichmann, un nuevo kantiano entre los nazis…

Edición 775 – Semana del 30 de abril al 6 de mayo de 2022
   
 
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