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El país del agua |
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Colombia es agua en todas las formas que el agua puede adoptar: líquida, gaseosa, sólida y todos los estados intermedios posibles entre ellas. Por eso, más que por tantas otras riquezas, Colombia es rica, inmensamente rica por el agua, porque Colombia es agua, insisto. ¿Cuándo nos preocupamos por el agua? Solo cuando tenemos sed o cuando nos arremete con furia. |
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Álvaro González-Uribe |
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Periodista, abogado y escritor – @alvarogonzalezu |
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Colombia es una tierra, sí, pero es un decir, pues más que “una tierra” Colombia es “una agua”: agua entre sus montañas y llanuras, raudas, lentas, juguetonas, adormiladas, estrechas, anchas, quietas como espejos a veces rizados por los vientos. Agua encaramada en altos picos blancos, aunque moribundos, y dulcemente atrapada en bosques y selvas verdes, aunque heridas. Agua descolgada que peina riscos y laderas. También Colombia es agua bajo su suelo y que cae del cielo, y es dos extensas y profundas aguas que besan sus costas en un solo cuerpo que somos. Sin embargo, pese a esa innegable entidad acuática, hemos mantenido una relación de conflicto con el agua –con lo que somos–: la despreciamos y hasta la desconocemos, nos despreciamos. Nunca nos hemos visto como lo que somos: agua. Por eso no nos debe extrañar el descuido histórico con esa inmensa y rica porción planetaria de agua que contiene varios promontorios hacia la superficie: San Andrés, Providencia, Santa Catalina y sus cayos. Por eso no nos deben extrañar los desafortunados fallos de la Corte de La Haya. Hace poco escuché a un raizal decir que la gran diferencia entre las miradas de los continentales y los raizales es que para estos San Andrés es mar y para aquellos es islas. Nosotros solo vemos esa mínima tierra que sobresale y ellos el gran mar. San Andrés es una isla rodeada de indiferencia por todas partes menos por una: por Nicaragua… Pero no solo es esa mirada miope al Caribe, o al Mar de Colón o al Mediterráneo Americano, como lo llamaron los europeos en la Conquista. Tampoco hemos comprendido a ese inmenso y milenario que es el Pacífico: somos el único país, no solo de América sino del mundo, que tiene al océano Pacífico y a la región que baña como un pozuelo en el patio trasero. Solo comparemos las ciudades y puertos costeros pacíficos nuestros con las ciudades y puertos del resto de América y de Asia y de Oceanía. Colombia, donde el campesino no tiene tierra ni el costeño tiene mar. Colombia, donde para su Estado las islas son un parqueadero de barcos y un acantonamiento de soldados de la patria para poner la bandera y cantar el Himno Nacional qué bonito y sublime, pero ja. Territorio viene de tierra, sí, pero su sentido moderno es muchísimo más amplio. El Diccionario de la lengua española dice que territorio es “porción de la superficie terrestre perteneciente a una nación, región, provincia, etc.”. Ese concepto es meramente lingüístico, pero no es el moderno concepto amplio necesario para comprenderlo, potenciarlo, aprovecharlo, cuidarlo y respetarlo. Siempre hemos tenido esa mirada absurda de Colombia como un país mediterráneo, lo cual ha marcado las políticas públicas del Estado y la misma cultura social y económica. Y si vamos más allá y como debe ser hoy, territorio es también aire, gente, cultura y todo lo que vive y está entre las fronteras. Pero sigamos con el agua. Colombia es agua en todas las formas que el agua puede adoptar: líquida, gaseosa, sólida y todos los estados intermedios posibles entre ellas. Por eso, más que por tantas otras riquezas, Colombia es rica, inmensamente rica por el agua, porque Colombia es agua, insisto. ¿Cuándo nos preocupamos por el agua? Solo cuando tenemos sed o cuando nos arremete con furia. Cuando nos falta o cuando nos ahoga. Cuando nos reclama, como ahora en este invierno. Pensándolo bien, llevamos ya varios años en invierno con solo algunos meses de verano. Ahora que nos volvimos invierno somos más agua que antes, pero seguimos siendo tierra porque nuestra mente y nuestra alma siguen siendo tierra. Claro que la tierra importa, pero no sabemos amistarla con el agua, armonizarla, entender que el agua no es una servidora de la tierra, sino que ambas se sirven y deben convivir. Nos la pasamos empujando al agua con la tierra como si esta fuera a obedecer así tan fácil. Tenemos polo a tierra, cuando deberíamos tener “polo a agua”, a toda esa agua que tenemos rodando por ahí, volando, cayendo, fluyendo, llegando, rebosándose, evaporándose, descolgándose, viajando en nubes y permaneciendo en lagunas y meciéndose en mares. Y hoy…, hoy lloramos sobre el agua derramada. Edición 775 – Semana del 30 de abril al 6 de mayo de 2022 | |||||||||||||
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