A 21 años del secuestro
y magnicidio de Kimy Pernía

 
 
 

Con la desaparición de Kimy, el pueblo embera katío quedó sin dirección y comenzó a experimentar la desestructuración socio-cultural de sus comunidades, sus gobiernos, sus instituciones, quedando muchas familias a la deriva; lo que ha conducido a que en el lapso de estas dos últimas décadas pasaran de ser dueños y señores de sus territorios, a ser cautivos…

 
Efraín Jaramillo Jaramillo
 
Colectivo de Trabajo Jenzera
 
 

Este 2 de junio de 2022 se cumplieron 21 años del secuestro y posterior desaparición del dirigente emberá katío Kimy Pernía. Con esta acción se buscaba liquidar las luchas de un pueblo que quería vivir bien y con dignidad, acorde con su cultura y tradiciones. Se trató de la desaparición de un líder indígena tradicional a quien sus ancestros, todos jaibanás y líderes espirituales de su pueblo le enseñaron que “hay que caminar con los otros y con el corazón”.

Queremos hoy rescatar la memoria de este rebelde, que al decir de Eulalia Yagarí, “alentó con su palabra y su obra a todos los pueblos indígenas de Colombia… a luchar porque en esta Nación, que también es la nuestra, tengamos un lugar donde podamos desarrollar en libertad y a plenitud nuestros proyectos de vida”.

Kimy, es reconocido por los indígenas de Colombia, como el líder que encabezó importantes contiendas por la defensa de un territorio ancestral, como espacio que ofrece seguridad, independencia y libertad para un pueblo. Recurriendo a la historia mítica de los emberá katío, ‘extrajo’ de ella los símbolos necesarios para organizar a sus comunidades y defender su territorio. Una lucha que realizó con éxito y le valió el reconocimiento de los indígenas, aún más allá de las fronteras territoriales de su resguardo Karagabí.

Kimy, nieto de Yarí, el gran Jaibaná embera katío, que fundó los asentamientos katíos en el Alto Sinú, se convirtió para los pueblos indígenas de Colombia en un símbolo de fortaleza, rectitud, y sabiduría ancestral. Tuvo el talante y fortaleza para encabezar las protestas contra la hidroeléctrica de Urrá, la inteligencia para orientar las negociaciones contra la empresa Urrá S.A, la firmeza para hacer cumplir los acuerdos y la nobleza de buscar ante todo el bienestar para su Pueblo. Por eso estuvo, junto al asesinado Lucindo Domicó Cabrera, al frente del Do Wa’bura (“Adiós río”), lideró la suspensión del saqueo de los recursos naturales en su Resguardo Karagabí y organizó las ocupaciones del INCORA en Montería para presionar el saneamiento del Resguardo Iwagado; acompañó a los gobernadores y autoridades indígenas en la ocupación de la Embajada de Suecia y estuvo al frente de la Marcha Emberá de Tierralta a Bogotá y la toma pacífica del Ministerio del Medio Ambiente.

Kimy había denunciado en el Congreso de la República a todos aquellos que azuzaban la guerra en Córdoba, lo que le granjeó la malquerencia de la clase política que gobernaba al departamento, pero también la de los madereros que saqueaban los bosques del territorio embera, y la de todos los grupos armados que hacían presencia en el Alto Sinú. Un mes antes de su secuestro estuvo de nuevo en Canadá, invitado por las iglesias de ese país. Allí había denunciado al Gobierno colombiano por darle vida a una hidroeléctrica en el último relicto de bosque húmedo tropical del caribe colombiano, una obra costosa y absurda, solo viable económicamente en la mente de políticos corruptos.

De acuerdo a la revista Semana, “El líder embera-katío Kimy Pernía Domicó incomoda a muchas personas porque sabe hablar. Sus palabras en su lengua nativa o en español fluyen con facilidad y despiertan el espíritu de quienes las oyen. Por eso, para silenciarlo, tres hombres armados, al parecer pertenecientes a las autodefensas, se lo llevaron esposado el pasado 2 de junio de las oficinas del resguardo indígena en Tierralta, Córdoba. Pero fracasaron en su misión porque al secuestrarlo liberaron su mensaje, lo enviaron más allá de las tierras de los cabildos del río Sinú y el río Verde1.

Con la desaparición de Kimy, el pueblo embera katío quedó sin dirección y comenzó a experimentar la desestructuración socio-cultural de sus comunidades, sus gobiernos, sus instituciones, quedando muchas familias a la deriva; lo que ha conducido a que en el lapso de estas dos últimas décadas pasaran de ser dueños y señores de sus territorios, a ser cautivos y quedar subordinados a las fuerzas económicas (legales e ilegales) que instauran reglas y organizan a la población de acuerdo a sus intereses.

Quizás ese fue el “castigo” que le propinaron al pueblo embera por haber tenido el atrevimiento de rebelarse contra los poderosos y haber soñado con un futuro promisorio para su pueblo.

Hoy 21 años después de su magnicidio, resuenan todavía las palabras de Sebastián Leal durante la conmemoración de los 10 años de la desaparición de Kimy: “El daño a la comunidad es profundo. Por eso la mujer que canta rechaza, como lo he visto en otras víctimas del conflicto, cualquier tipo de reparación económica. Dinero en retribución les resulta una afrenta.

El asesinato de Kimy Pernía es mucho más que un asesinato. Los emberá tienen su espacio de remanso después de la muerte y a ese lugar lo llaman «bâja». Ese tránsito, que es tan primordial para sus hombres, no es posible sino después del ritual de despedida, que llaman «bewara», y en ese ritual su cuerpo es indispensable. A Kimy no sólo le arrebataron a la fuerza la vida sino también su descanso en la muerte. El río, la vida, el punto de nacimiento del mundo emberá, por esas paradojas crueles de nuestra realidad, es todavía la muerte de su memoria”.

Edición 780 – Semana del 4 al 10 de junio de 2022

1 Revista Semana: “El hablador”, 17 de junio de 2001.

   
 
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