Acerca de la
“Sociedad del conocimiento” III

 
 
 

La agenda para la educación superior del siglo XXI; la propuesta educativa para un gobierno, como el de Gustavo Petro, que se propone “el cambio”, ha de contemplar, más que las estrechas políticas para el desarrollo científico y tecnológico, la formación de seres humanos integrales, creativos y activos, capaces de alcanzar el uso público y autónomo de su propio entendimiento.

 
Julio César Carrión Castro
 
Politólogo Universidad del Tolima
 
 

La historia ha corroborado que el “conocimiento”, y en general el desarrollo de las ciencias y las tecnologías, bajo las relaciones de producción impuestas por el modo de producción capitalista, en lo fundamental, sólo ha servido a los intereses del capital, al fortalecimiento de la hegemonía cultural, política y militar de las clases dominantes.

Carece de sentido continuar manteniendo el pretérito optimismo fáustico sobre el valor de una ciencia, supuestamente comprometida con el integral progreso humano, porque la contemporánea dinámica homogeneizadora y anónima de las complejas corporaciones multinacionales ha derrotado ese sueño dieciochesco, reduciendo el papel de todas las instituciones involucradas con la educación y la cultura, a ser solamente garantes de la perpetuación de unos sistemas económico-sociales que imponen la explotación del hombre por el hombre, la mera racionalidad productivista y el compulsivo consumismo, negando toda autonomía individual y toda diferencia cultural, política y social, convirtiendo a hombres y mujeres en simples autómatas, circunscritos al cumplimiento de unos roles que les son previamente establecidos.

Tenemos que entender que solamente es factible confrontar esos condicionamientos, fijados por una educación centrada en la formación de sujetos adiestrados y sometidos simplemente a los quehaceres productivistas, y a la reiteración de la estructura clasista de una sociedad basada en la subalternidad, impulsando la instauración de un Nuevo Proyecto Educativo que busque superar ese autoritarismo y la alienación generalizada, mediante la formación de seres humanos completos, permitiendo el desarrollo multidimensional de las personas, haciendo factible el pensamiento crítico, formando en y para el vitalismo humanista, valorando las dimensiones afectivas, éticas y estéticas y promoviendo una escuela para el respeto al otro, para la lucidez, la pluralidad y el juego, en la cual los valores de la solidaridad y el compañerismo, y no la competencia, se constituyan en principios fundamentales de la convivencialidad.

Emprender esta “reforma” educativa no puede significar únicamente un agitar de consignas, ni una simple rebelión espontánea ante toda autoridad; es la oposición consciente, pensada, ilustrada, a esa pesada normatividad que ahoga, que limita la libertad y la dignidad del hombre, tras el ideario del “progreso” bajo la engañifa, ahora, de una supuesta “Sociedad del conocimiento”, que habría de liberarnos si nos sometemos.

Tenemos que manifestar abiertamente las ideas sobre las fallas, defectos y condicionamientos de las actividades pedagógicas y educativas, que desempeñan los maestros y los administradores del sistema educativo y paralelamente proponer proyectos y utopías en torno de ellas. Mostrar todas las miserias cotidianas de la labor docente y repudiar y confrontar esta educación cientifista subordinada a la monopólica visión eurocéntrica que quisiera rehuir toda crítica. La inteligencia está obligada a presentar alternativas para el mejoramiento educativo. No tendría sentido la escuela –campo de combate como lo reclamara Estanislao Zuleta– si no se propusiese, precisamente, dicha crítica, dicha rebeldía, facilitando el uso público de la razón y el repudio a esa denigrante subordinación histórica.

Todavía hay un espacio y un tiempo para las utopías y ante el descomunal fracaso de un sistema que irreflexivamente llevó a ese extraño maridaje entre la educación y la barbarie (bástenos reseñar, como lo ha indicado Eric Hobsbawn, que cerca del 60% de los científicos del mundo, formados en las universidades, están comprometidos con el complejo industrial-militarista). Así las cosas, no debemos dejarnos seducir más por esos cantos de sirena que anuncian un supuesto reinado de la cordura bajo las formaciones económicas y políticas que tantas muestras de irracionalidad y de demencia dieron durante el indignante siglo XX, demencia que persiste aún, pero disfrazada ahora de “sociedad del conocimiento” o de “capitalismo de rostro amable”.

Ese entusiasmo generalizado por el desarrollo tecnológico, que triunfa en todos los ámbitos sociales, y particularmente en el mundillo académico y universitario, debe ser axiológicamente confrontado, precisamente desde estas mismas casas de estudio, presentando la subjetividad, que encarna la dimensión estética, como una auténtica posibilidad para la construcción de la felicidad humana, más allá de la integración, de la homogeneidad, del uniformismo y de la extinción del individuo, bajo el poder de las sociedades de masas, como hoy lo impone la razón instrumental y tecnocrática, distrayendo a dichas masas, ya no sólo con los confesionalismos y doctrinas religiosas, sino, con los más ridículos y deplorables eventos de entretenimiento, de competitividad, aparentemente “deportiva” y de farandulería, en estas decadentes sociedades del espectáculo.

Pero la crisis de este proyecto imperial ya toca fondo y hoy, como lo enunciara el maestro Orlando Fals Borda, desde el medio cultural y académico de los países periféricos, se viene dando una reorientación que busca superar la barbarie y la deshumanización reinantes. Se trata de la insurrección de los conocimientos subyugados, de una gran eclosión de teorías de “reafirmación tercermundista”, de una clara revisión a los postulados eurocéntricos y norteamericanos del progreso y de la modernidad. Ya no es válido continuar sintiendo nostalgia por una modernidad permanentemente postergada, ya no debemos seguir intentando lograr “ser como ellos”, haciendo “calco” e imitando sus saberes y culturas, pues, de lo que se trata es de revisar esa vieja idea eurocéntrica del “progreso”, dejando espacio al reencantamiento del mundo y de la vida y reinventando las concepciones del desarrollo, la prosperidad y el goce de la vida.

Por todo ello, la agenda para la educación superior del siglo XXI; la propuesta educativa para un gobierno, como el de Gustavo Petro, que se propone “el cambio”, ha de contemplar, más que las estrechas políticas para el desarrollo científico y tecnológico, en los términos impuestos por las multinacionales del conocimiento y del poder, emprender nuevas políticas de carácter cultural que nos permitan, no tanto ingresar a los circuitos de las transnacionales del conocimiento, bajo la tramposa consideración de estar adscritos a una falsa “Sociedad del conocimiento”, sino la formación de seres humanos integrales, creativos y activos, capaces de alcanzar el uso público y autónomo de su propio entendimiento, según lo propusiera Emanuel Kant, sin caer en las trampas y fracasos de la llamada “Ilustración”, sostenida por los regímenes demoliberales; navegar en los imaginarios colectivos de estos innumerables pueblos vencidos y humillados y tejer múltiples hibridaciones culturales que como alternativa al uniformismo gregario hoy se pueden proponer al mundo desde nuestra América Latina.

Lo hemos venido sosteniendo: La cultura, en su múltiple y universal significado, particularmente desde la dimensión estética que ella comporta, debería ser el elemento fundamental para dicha confrontación, procurando alcanzar en el espacio universitario, la formación tanto individual como social. Ello se alcanzaría mediante la promoción de un nuevo tipo de educación, de un nuevo proyecto pedagógico, conducente a la reconstrucción de la perdida unidad de los seres humanos –hoy despedazados al arbitrio de los intereses del mercado, del consumo, de la productividad y agobiados con los falsos principios de la eficiencia, la eficacia y la rentabilidad– y, al mismo tiempo, para lograr la interacción efectiva de las personas con la comunidad y el entorno local y regional.

Creo que se debe trabajar con las juventudes y los pueblos subyugados, desde las universidades y las más diversas etnias, culturas y comunidades, por superar esta supeditación, este calco, este calor de establo; luchar por alcanzar la restitución de la integralidad de los seres humanos y un nuevo Ethos político, social y cultural para nuestro país, como fervientemente lo reclamara el inolvidable maestro Guillermo Hoyos Vásquez:

“Quien se ocupe hoy de la educación en valores, lo primero que constata es que los jóvenes se mueven más en la dimensión estética que en la racionalidad iluminista. Esto no significa tanto una relación especial con el arte, sino más bien una comprensión del mundo desde las formas sensibles, desde el gusto, la relación simbólica, las microfísicas del poder en el ámbito de lo cotidiano: desde aquí todo lo demás cobra sentido para las culturas juveniles. El reconocimiento de esta primacía de la sensibilidad sobre la razón nos permite comprender la diversidad de culturas y de formas de vida, asumidas positivamente por los jóvenes como posibles y llenas de sentido. Lo que constituye lo social, la solidaridad, la reciprocidad, y de una nueva forma lo político, se articula para el joven de hoy en el mundo de lo simbólico: en él se producen, circulan y se intercambian los más diversos imaginarios”. (Guillermo Hoyos V. “El ethos de la universidad”)

Este compromiso, se exprese o no en los “planes de desarrollo”, se ha de emprender plenamente desde unas instituciones de educación que se obliguen, seriamente, a la formación de seres humanos integrales, multidimensionales, y no al mero cumplimiento de unos lineamientos establecidos para la titulación de profesionales carentes de ética, de conciencia social, comprometidos con el productivismo, pero extrañados del mundo de la vida.

Corresponde a un Nuevo Proyecto Educativo, nacido en los centros culturales y las universidades latinoamericanas, centrarse en la duda y en la incertidumbre, articular las más diversas y múltiples expresiones culturales y deponer el prejuicio y el orgullo prepotente de considerarse monopolizadores de un saber curricularizado, y guiado por los patrones eurocéntricos e imperialistas. El impulso del pluralismo, de la multiculturalidad y de las negociaciones democráticas, constituye un ajuste vital para el mundo educativo, si queremos mantenernos humanos en medio de la decadencia y el apabullamiento generalizado que provoca la sola racionalidad instrumental, que pretende convertir el mundo humano en una especie de absurda y ruidosa existencia perteneciente más al reino de la depredación y de la muerte, que a una propuesta de continuidad vital.

Edición 799 – Semana del 15 al 21 de octubre de 2022
   
 
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