Memoria de la escuela

 
 
 

En Colombia nunca ha existido un sólido pensamiento en torno a lo pedagógico, hemos sido víctimas siempre de los enmascaramientos ideológicos, de las ambigüedades y de las modas. Desde la colonia se han importado las propuestas pedagógicas sin ningún beneficio de inventario. Las reformas y planes educativos históricamente han estado subrogados al poder del Estado, de los partidos políticos o a los intereses privados de otros grupos de poder.

  Julio César Carrión Castro
 
Politólogo Universidad del Tolima
 
 

Las políticas educativas en Colombia

El proyecto imaginativo de la Ilustración, que orgullosamente establecía en sus orígenes el ideal del triunfo de la Razón, desbordando mitos y supersticiones, ha fracasado de manera irreversible. Bajo el dominio del capitalismo, pareciera que la realidad ha derrotado a los sueños, la razón, identificada hoy con las realidades del poder, acabó subordinada a los controles económicos, políticos y culturales fijados por los intereses empresariales y transnacionales. Como se ha demostrado, “desde el comienzo la idea y la realidad de la Razón en el período moderno, contenían los elementos que ponían en peligro su promesa de una existencia libre y plena: la esclavitud del hombre a través de su propia productividad, la glorificación de la satisfacción pospuesta, el dominio represivo de la naturaleza en el hombre y fuera de él, el desarrollo de las potencialidades humanas dentro del cuadro de la dominación” – Herbert Marcuse.

El incremento del aparato de producción no ha logrado disminuir la explotación, la represión ni la depauperación; por el contrario, éstas se han fortalecido, tanto en los países periféricos y subdesarrollados, como en las propias metrópolis, a pesar de la constante cháchara acerca del “progreso”, la llamada marcha triunfal de la civilización y de una publicitada “Sociedad del conocimiento”.

Desde la colonia

Los mecanismos pedagógicos públicos o privados que se empleaban en la época colonial, se apoyaban en los principios formales de la obediencia y de la sumisión. Se buscaba encausar la conducta de los hombres, conforme la ideología confesional dominante, en un aparato disciplinario riguroso. Toda una detallada serie de disposiciones coercitivas y disciplinarias caracterizaba este régimen educativo. El aprendizaje de la obediencia, la aceptación acrítica de toda autoridad, el horror a la duda, la sumisión a los dogmas de la fe católica, el dominio sobre los impulsos de los sentidos y la renuncia a los deseos, conformarían el centro de esta pedagogía cristianizante y moralista. Tales eran los valores sagrados del modelo educativo hispano-colonial.

El método didáctico más indicado para la fijación de estos valores, consistiría en formular preguntas de manera insistente, para obtener respuestas metódicamente memorizadas, la fetichización de los textos, la fraseología y el verbalismo de los educadores, lo que se expresa mejor en la tesis educativa: Magíster Dixit, “el maestro lo ha dicho”, resumen de los fundamentos de la pedagogía católica, que habría de prolongarse, desde la colonia hasta el presente, a pesar de las ocasionales reformas educativas.

La educación en el Nuevo Reino de Granada durante la colonia se encargaba de formar individuos regidos por los patrones del dogma católico y de la ideología tomística; pero hacia mediados del siglo XVIII habría de provocarse una significativa variación en la perspectiva educacional, debido a la enorme influencia ejercida por las ideas revolucionarias del movimiento de la Ilustración.

La Ilustración, como movimiento intelectual y cultural que confrontaba al teocentrismo medieval con las ideas de libertad individual, democracia, soberanía popular, pacto social, y el racionalismo como fundamento del dominio sobre la naturaleza y los hombres, produciría algunas modificaciones en las mentalidades colectivas.

En el Nuevo Reino de Granada la Ilustración llegaría de la mano de la onda insurreccional que sacudió a toda la América a finales del siglo XVIII contra el poder de la Corona española, y a favor de la soberanía popular, así como con las reformas introducidas en el propio aparato estatal, por la dinastía borbónica. Las reformas incorporadas a partir del reinado de Carlos III en España –1759 – 1788– en especial se referían a la tendencia centralizadora del Estado y al fortalecimiento de la monarquía absoluta. El reformismo progresista de los Borbones respondía a la crisis del mercantilismo, por la escasez de metales preciosos debido al agotamiento, causado por la sobreexplotación de las minas y los yacimientos americanos. El sostenimiento de la economía española exigía, entonces, el estímulo a la agricultura, a la industria y al comercio, que serían los nuevos ejes de la productividad, tal como lo reclamaban las nacientes teorías fisiocráticas. Pero como lo observaran distintos estudiosos de la realidad nacional, la introducción de la modernidad en España coincidiría con su incontenible decadencia social, económica y militar.

El movimiento intelectual generado por la Ilustración en el Virreinato de la Nueva Granada provocaría una serie de esfuerzos de índole política encaminados al logro de una nueva hegemonía cultural. La burguesía criolla, formada ideológicamente en los valores de la Ilustración, la Revolución Francesa, la ciencia y el empirismo inglés, impulsaría todas aquellas formas de organización y divulgación cultural que le permitieran ir ganando la dirección ética e intelectual de la sociedad. La imprenta, el periodismo, las sociedades secretas, las tertulias literarias, científicas y políticas, y otros mecanismos y expresiones formadoras de opinión pública. Así ocurrió con la Expedición Botánica, institución representativa de la Ilustración, organizada y dirigida por Don José Celestino y Mutis por mandato del virrey Caballero y Góngora, y conforme a los intereses del gobierno español. Alrededor de esta institución de investigación científica se formó un importante núcleo de pensadores que habrían de incitar el movimiento independentista, que por otra parte se venía ya agitando en los levantamientos espontáneos de los sectores indígenas, comuneros y populares. Esta élite intelectual criolla, que había sido formada en torno a la Expedición botánica, y otras actividades ilustradas, sería segada durante la campaña de reconquista emprendida por Pablo Morillo, lo que vendría luego a afectar, de manera negativa, la construcción de la República por la ausencia de los “intelectuales orgánicos”, que pudiesen poner en marcha una nueva hegemonía cultural.

Una revolución inconclusa

El proceso de independencia no llevaría realmente a la descomposición del régimen colonial, pues el sistema de valores económicos y culturales hispano-coloniales persistiría en la naciente estructura republicana. Las instituciones administrativas y represivas, la hegemonía cultural y moral, y las políticas públicas en materia educativa de las nuevas naciones, seguirían bajo la dirección de las oligarquías criollas, de la jerarquía de la Iglesia Católica y de los caudillos militares de la independencia enriquecidos, dando continuidad al régimen señorial heredado de la colonia.

De esta manera la mentalidad cristiano-feudal continuaría vigente en el territorio colombiano, hasta nuestros días, mostrando una gran solidez y permanencia.

Una vez superado el proceso de confrontación armada con España, se abre entre las élites criollas un período de contradicciones y enfrentamientos que hasta entonces habían permanecido silenciados pero latentes. En especial el forcejeo que se dio por la hegemonía de la práctica pedagógica entre el Estado y la Iglesia...

Las utopías y sueños pedagógicos de Simón Bolívar, en especial el ideal de hacer de la educación el poder moral de la nación –una especie de Areópago– se perdieron irremediablemente ante las contingencias históricas y las exigencias del pragmatismo político.

Se percibe en los programas gubernamentales, emprendidos a comienzos del régimen republicano en Colombia, la instauración por parte de los sectores dominantes de esa doble estrategia de masificación y debilitamiento cultural que desde 1872 Federico Nietzsche señalara como una astucia de la economía.

En Colombia nunca ha existido un sólido pensamiento en torno a lo pedagógico, hemos sido víctimas siempre de los enmascaramientos ideológicos, de las ambigüedades y de las modas. Desde la colonia se han importado las propuestas pedagógicas sin ningún beneficio de inventario. Las reformas y planes educativos, históricamente han estado subrogados al poder del Estado, de los partidos políticos o a los intereses privados de otros grupos de poder. Los esfuerzos reformistas han estado condicionados a los intereses de los sectores hegemónicos de la sociedad. Por su parte los partidos políticos siempre vieron la escuela como instrumento de adoctrinamiento para la juventud en sus respectivas ideologías: En general los liberales impulsarían durante el siglo XIX una escuela pública, laica y gratuita, mientras que los conservadores se comprometerían en la defensa del confesionalismo católico, como fundamento de toda educación y de toda moral. Lo cierto es que tanto conservadores como liberales se inscribirían en la intención de la expansión instruccionista, gobernada por los intereses de la economía.

Durante el siglo XIX en el intento de seleccionar unas políticas educativas y un modelo pedagógico adecuado a las élites, se revisaron las distintas propuestas educativas europeas y se programaron visitas de acercamiento que, indefectiblemente, terminaban en misiones pedagógicas que establecerían nuevos lineamientos, los que con frecuencia generaban nuevos enfrentamientos y conflictos. Así el pensamiento pedagógico colombiano fue influido además de las concepciones de Lancaster, por las de Rousseau, Pestalozzi, Froebel y Herbart, los cuales propiciarían algunos cambios frente a la, al parecer, inmutable mentalidad cristiano-feudal predominante en la educación, logrando, finalmente, establecer una especie de Frankenstein pedagógico.

En su intento por erigir la instrucción pública como fundamento de la productividad y del progreso nacional, los radicales establecieron estrechos vínculos con el artesanado urbano, que se había concentrado en el sector draconiano del Partido Liberal y quienes, desde las Sociedades Democráticas buscaban el proteccionismo del Estado; también tuvieron el respaldo de las logias masónicas.

Los conservadores quisieron contrarrestar las tesis y acciones de los radicales, trayendo a Colombia comunidades religiosas, para establecer escuelas gratuitas que les permitiesen formar las masas populares en los oficios y labores, pero sin abandonar los dogmas cristianos y los lineamientos de la moral católica; los defensores de la Iglesia y la tradición, contaron con las llamadas Sociedades Católicas que se encargaron de exacerbar los sentimientos religiosos para luchar contra la educación pública. Detrás de toda esta manipulación religiosa se encontraban los regresivos intereses políticos de los conservadores. Todo ello desembocaría en una de las más cruentas guerras del pasado siglo, la que se conoce con la nada edificante denominación de “Guerra de las escuelas”, acontecida en el año de 1876: “Con estandartes del Sagrado Corazón de Jesús, la bandera de los estados papales y la consigna de ‘¡Abajo las escuelas!’, se enfrentaron a muerte los conservadores y los liberales radicales en la guerra de 1876; las escuelas oficiales eran para ellos un complot masónico-liberal. La guerra la ganó el gobierno, pero sin embargo fue el comienzo de su fin”.

El esfuerzo modernizante y secularizador emprendido por los líderes radicales, comprometidos con el desarrollo tecnológico e industrial y contra la supervivencia de las nociones teocéntricas, resultó inadecuado en un país tan sumido en la medievalidad. La oligarquía, ambicionando continuar en el poder, optó por un tímido desarrollo que no alterase el statu quo, es decir, se aceptaría la racionalidad burguesa que buscaba la consolidación del capitalismo mundial, pero sin renunciar a las tradiciones religiosas y culturales prevalecientes desde la colonia.

La educación en la Colombia del siglo XX

La pedagogía católica habría de desempeñar un papel determinante en el logro no sólo de los procesos de “pacificación”, de rehabilitación y “salvación nacional”, con que se inicia el siglo XX en Colombia, tras la nefasta guerra de los mil días. Pacificación y rehabilitación reclamadas tanto por la dirección liberal como por la conservadora quienes también pedían la promoción de una instrucción técnica y moral, adecuada para las actividades laborales de la población. Puede decirse que en Colombia se entra así en la época de las ‘tecnologías del poder’, como exhaustivamente lo ha estudiado Alberto Echeverry. Tecnologías que fundan su eficacia en el dominio sistemático de los cuerpos, organización y control y, a su vez, fijación de los individuos bajo una compleja red de relaciones, en este caso la escuela, el colegio, etc. Relaciones que se iniciaban en las instituciones educativas, tenían continuidad en las factorías y empresas industriales, y que contaban con la mediación del poder moral de la Iglesia. En todo caso, todos los procesos educativos, desde el pasado siglo, se vienen desarrollando con la intencionalidad de legitimar y dar premisas racionalistas y progresistas al sistema capitalista.

La modernización se iniciaría tardíamente en Colombia, las exigencias del desarrollo científico y tecnológico que demandaba la naciente industria y los nuevos sistemas productivos, reclamaban igualmente unas políticas educativas adecuadas, capaces de adaptarse a los cambios dinámicos introducidos por la racionalidad instrumental y positivista que orientaba estos desarrollos. Ante este reto, provocado desde la economía, la élite empresarial se comprometió con la modernización, pero sin llegar a chocar abiertamente con la mentalidad religiosa y tradicionalista que, como lo hemos establecido, ha mantenido enorme presencia en el pueblo colombiano, desde la colonia, incluso por la fuerza de las armas.

A partir del Concordato de 1887 se estableció que la educación en Colombia debía organizarse y realizarse de acuerdo con los dogmas y con la moral de la religión católica. El Estado se comprometió en la defensa de la religión, y por ello se retornó a las viejas nociones que identificaban al catolicismo con la nación misma; se trataba, ahora, de ganar ya no sólo el alma, sino también el cuerpo de los fieles, condicionándolos a las necesidades pragmáticas del capital; por ello al tradicional discurso de Tomás de Aquino, se sumarían las no tan nuevas regulaciones disciplinarias de Juan Bautista La Salle, escritas su “Guía de las escuelas cristianas” –1684–, “sofisticado repertorio de argumentos para demostrar la necesidad del castigo corporal para el bien del niño”.

Modelo pedagógico que impone la total injerencia de la Iglesia, en la vida familiar y social la supervivencia de sus arcaísmos morales y culturales y el enorme peso del pasado en la vida cotidiana, en las mentalidades y los imaginarios colectivos del pueblo colombiano. Es esta inefable presencia de la religión en la cotidianidad del colombiano, lo que en gran medida ha impedido propiciar los procesos de laicidad y secularización del mundo y la conformación de una ética civil. La connivencia Estado-Iglesia es responsable en Colombia del desmantelamiento y abandono de la educación pública, a favor de la privada.

En Colombia política y religión parecen, en todo caso, indisolublemente unidas en la mentalidad de los campesinos y de los habitantes marginales de los grandes centros urbanos. Podemos advertir, en todo caso, que un cambio de mentalidades no se vislumbra en lo inmediato. La pedagogía católica se ha instalado en la cultura colombiana y ha logrado expresiones de hibridación y amalgamamiento con otras propuestas pedagógicas.

La Iglesia ha diseñado, en gran medida, no sólo la mentalidad del pueblo colombiano, sino las propias instituciones que le rigen, en especial el sistema escolar. Escapar a su poder ha sido una tarea casi imposible; toda nueva corriente pedagógica que haya sido ensayada en Colombia, invariablemente ha terminado siendo ajustada y adecuada a las condiciones de esta mentalidad hispano- católica, que se ha perpetuado en nuestro territorio, gracias al Magisterio de la Iglesia.

La recesión económica, la injerencia imperialista y las negociaciones, entre los representantes de las distintas fracciones de poder, han llevado luego a una significativa pérdida en el interés reformista; cayendo permanentemente en la simple subordinación a los lineamientos foráneos y a la conciliación. Por ejemplo, todos los esfuerzos hechos para la instauración de pedagogía activa en Colombia, serían vanos e infructuosos y esta corriente de pensamiento finalmente sería asimilada y acomodada al discurso de la pedagogía católica como un mecanismo adecuado para la consolidación del status quo, de alguna forma los rezagos de la pedagogía activa se convertirían en pedagogía oficial.

Como lo ha analizado el profesor Alberto Martínez Boom, luego de la Segunda Guerra Mundial, consolidada la hegemonía norteamericana, el discurso del desarrollo se convierte en la principal estrategia de su poder frente a los países dependientes y concomitantemente se establecen nuevos paradigmas socio-educativos subordinados a los procesos de expansión de los centros de poder, como la tan ponderada propuesta de adscribirnos a una “Sociedad del conocimiento”, que significa un mayor dependentismo cultural y educativo.

La inserción de la sociedad colombiana en el modelo desarrollista impuesto por los Estados Unidos, se inicia con el proceso de contrarrevolución que se da a partir de 1946, con la Presidencia de Mariano Ospina Pérez y continúa bajo el mandato de Laureano Gómez. A “sangre y fuego” se impuso una estrategia de aniquilamiento de todas aquellas fuerzas sociales consideradas revolucionarias o siquiera reformistas. Estrategia que se extendió de una manera más brutal luego del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán en el año de 1948. A nivel educativo y pedagógico el proceso se expresa mediante la negación de todas las conquistas obtenidas en el período anterior, la reinstalación de la educación confesional, la promoción y expansión de la educación privada en detrimento de la pública y con la introducción de nuevos criterios tecnocráticos, gerenciales y empresariales, en los asuntos educativos, principalmente siguiendo el modelo norteamericano de educación superior.

Los modelos de planeación y las estrategias de desarrollo para la América Latina, comenzaron a afluir conjuntamente con las inversiones extranjeras. Las clases dirigentes se embarcan en la perentoria necesidad del crecimiento económico sin propender por un mejoramiento de las condiciones sociales y menos aún por hacer de la educación un propósito para la afirmación de las libertades, de la autonomía individual, de la soberanía nacional o siquiera del mejoramiento de las condiciones de vida y el bienestar de las personas. A tono con estos procesos se introdujo en América Latina, bajo las exigencias y condiciones impuestas por los organismos financieros internacionales, una serie de programas de adecuación del aparato educativo, a fin de alcanzar los objetivos diseñados en los centros de poder internacionales, particularmente en los Estados Unidos. De esta forma inicialmente, la tecnología educativa y el diseño instruccional, ingresarían a Colombia, posteriormente se introducirían nuevas propuestas instruccionistas como la teoría del “capital humano”, aún en boga en nuestro medio educativo.

Las sociedades establecidas en torno a los valores e intereses del modo de producción capitalista, son hostiles al desarrollo libre de la autonomía y la individualidad, su proyecto estriba en la Institucionalización de la subalternidad y en la promoción de los intereses compensatorios, sustitutivos de los emancipatorios.

La educación empieza a ser pensada como si se tratase de un proceso productivo, en donde los objetivos deben ser medibles y controlables, para obtener precisamente la eficacia, el rendimiento y la rentabilidad. El diseño industrial y productivo, se trocó entonces en diseño instruccional. Mediante el diseño instruccional, que define y limita toda eficacia educativa al cumplimiento de algunas fases consideradas indispensables para el llamado proceso de “enseñanza-aprendizaje”, se busca planificar en detalle el quehacer cotidiano de maestros y estudiantes, instrumentándolos, estandarizándolos y ejerciendo control total sobre ellos y sobre los conocimientos. Estrategia política diseñada para los países dependientes que les permite a las oligarquías legitimar y consolidar su poder sobre los aparatos del Estado. Estrategia de contrarrevolución preventiva que, además, incluye los procesos de represión institucional y el manejo condicionado de los medios de comunicación, todo ello inserto en la pretensión de pertenecer a una, supuesta “Sociedad del conocimiento”.

A partir de estos fenómenos, se ha impuesto una especie de dictadura tecnocrática de los grupos anónimos y abstractos que establecen los diseños curriculares y que deciden administrativamente el quehacer pedagógico y educativo de los países periféricos y dependientes, no conforme a los intereses regionales o nacionales, sino ajustándose a las demandas e indicaciones de organismos transnacionales que son los que definitivamente fijan las políticas públicas en materia educativa para todos los países dependientes.

Edición 801 – Semana del 29 de octubre al 4 de noviembre de 2022
   
 
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