Una nueva religión

 
 
 

El espectáculo se nos presenta a la vez como la sociedad misma, como parte integral de la vida en sociedad, como instrumento de unificación, de “comunión”, como la forma más eficaz de alcanzar la unidad perdida. Si antaño la religión, la nacionalidad, la patria o la raza convocaban a la “unidad”, a la comunión de intereses, hoy lo hace el fútbol.

  Julio César Carrión Castro
 
Politólogo
 
 

“El entusiasmo vacío es lo que el capitalismo está produciendo de la manera más loca en la juventud… la lucha contra la depresión se puede llamar marihuana, alcohol, fútbol, nacionalismo, incluso trabajo. La defensa es obsesiva, de estar, de ganarle al otro, competitividad. Pero es el entusiasmo vacío lo que está dominándonos como una forma de lucha contra la depresión fundamental que genera el modo de vida capitalista…”
Estanislao Zuleta

“Comunión”, es la palabra clave, es una vieja noción teológica que busca dar una significación trascendental a las relaciones de los humanos con sus semejantes y con su Dios. Asimismo, la palabra “religión”, que deriva del latín religare, significa reunir, atar, volver a unir –a los seres humanos con su Dios–. Siguiendo estas etimologías, lo que se busca es restablecer esa comunión perdida por el pecado y la influencia del demonio. La propuesta es que las “criaturas” alcancen la salvación, mediante la construcción y el establecimiento de unas nuevas relaciones comunitarias en torno de la iglesia, que permitan forjar una nueva humanidad, desprovista de las fallas de la actual. Lograr esa comunión, necesariamente, implica un constante compromiso teológico, político y educativo.

A pesar del peso que estas tesis han tenido en la historia de occidente, tenemos que reconocer que ahora hay unas “nuevas tablas” explicatorias del concepto de comunidad, de comunión, e incluso de religión… El hecho es que la religión se ha secularizado. La presencia de la religión en las sociedades contemporáneas, a pesar de los intentos racionalistas y de los esfuerzos de la Ilustración por hacer de ella un asunto personal y privado, esta ha mutado, pues, nunca la religión fue convertida en asunto privado, ni las reflexiones racionalistas han triunfado frente a los fanatismos y los fundamentalismos que, por el contrario, se han diversificado, apareciendo ahora, incluso bajo apariencias laicas y secularizadas. Todo ello nos obliga a repensar la relación existente entre los nuevos movimientos de masas alrededor del fútbol y otros espectáculos deportivos y faranduleros, como si fuesen la expresión de una novedosa religiosidad, ahora secularizada y de masas.

Federico Nietzsche decía que para crear nuevas tablas de valores y lograr que estas funcionen y sean acogidas por los diversos grupos humanos, hay que destruir las viejas tablas, aquellas que, a pesar del daño que causan, siguen gozando de aceptación y acatamiento social. Todo acto de creación o de innovación, conlleva, de manera inseparable, intenciones de destrucción y de aniquilamiento que, por supuesto, resultan odiosas y repudiables para las grandes multitudes de seguidores y “creyentes” afectados.

Para poder crear nuevas tablas de valores y conseguir que éstas imperen, es fundamental impulsar, como lo planteara Nietzsche, “la transvaloración de todos los valores”, hay que destruir lo vigente. Todo acto innovador o creador, repito, debe ser un acto de aniquilamiento de lo viejo: para poder crear es indispensable arrasar, destruir toda autoridad que se sustente en esas viejas tablas de valores que, el común de las gentes continúa considerando como válidas y positivas.

Esa constante lucha entre lo tradicional y las innovaciones, constituye la base del desarrollo de las diversas culturas. Sin embargo, la victoria permanente de las innovaciones no constituye necesariamente un “mejoramiento” del proceso evolutivo de la humanidad, sino que, por el contrario, puede llegar a significar un retroceso, al imponerse, no la superación de lo viejo, sino, su acomodamiento, amalgamamiento e hibridación con lo que lo pretendía superar. Por ejemplo, las sociedades contemporáneas, imperceptiblemente, han ido forjando el restablecimiento de viejos dogmas y rituales que, siendo la expresión de antiguas prácticas y ceremonias, suelen presentarse ahora, con un nuevo ropaje, como si fuesen novedosas y modernas muestras culturales.

Como lo analizara Zygmunt Bauman, en las sociedades contemporáneas, que son en realidad sociedades de consumidores, vivimos atrapados por una aterradora compulsión consumista, que promueve una perpetua búsqueda de la satisfacción de nuevos deseos e ilusiones, similar a las incesantes búsquedas que se realizaban y promovían en las formaciones económico-sociales tradicionales, bajo el manto de las creencias religiosas, sólo que ahora esas ansiedades se presentan, creadas y estimuladas por esa misma sociedad de consumo, encubiertas por una supuesta secularidad o laicidad que, también, sirve para alcanzar una mayor credibilidad que les permite mantener en funcionamiento el sistema establecido. Se trata de algo así como lograr la conquista de la “felicidad”, ya no pensando en algo supramundano o teleológico, sino mediante el pragmático y contradictorio manejo de un sistema de competitividad y “entrega”, más terrígeno, objetivo y pragmático; los triunfos y las frustraciones de hoy no conducen ya al infierno, ni a la hoguera, ni a las mazmorras de la Inquisición, pues, manteniendo siempre los anhelos de alcanzar victorias, y saber manejar las derrotas, se ha logrado el restablecimiento de las esperanzas, mediante satisfacciones continuas y algo de angustia y desespero, bien administrados por los mercachifles de esos espectáculos. No importa “perder”, porque siempre queda la ilusión de ganar en una próxima contienda. Se trata de superar la depresión, la angustia y la frustración, reestableciendo la ilusión a cada instante y eso ya parece haber sido logrado en esta deletérea sociedad del espectáculo.

Guy Debord en su texto “La sociedad del espectáculo” nos señala: “El espectáculo es la reconstrucción material de la ilusión religiosa. La técnica espectacular no ha disipado las nubes religiosas en las que los hombres habían depositado sus propios poderes desligándolos de sí mismos: ella los ha solamente ligado a una base terrestre”.

El espectáculo se nos presenta a la vez como la sociedad misma, como parte integral de la vida en sociedad, como instrumento de unificación, de “comunión”, como la forma más eficaz de alcanzar la unidad perdida. Si antaño la religión, la nacionalidad, la patria o la raza convocaban a la “unidad”, a la comunión de intereses, hoy lo hace el fútbol.

Desaparecidas ya –aparentemente– del debate politológico tanto las guerras de religión, como la vieja noción de “nacionalismo”, generadoras de movilidades bélicas, estas parecieran renacer en las confrontaciones deportivas –particularmente en los encuentros futboleros– en los que, tanto esos super-humanos jugadores (esos multimillonarios bufones denominados cracks) –simples androides adscritos al uniforme de un país y atados a un balón– o esas enormes huestes de seguidores o de “hinchas” que fervientemente dicen defender y hasta reventarse por los colores “patrios”.

Ahora existe una nueva versión de “identidad nacional” con una constante exaltación y glorificación de “la patria” o la “nacionalidad”. Así como antaño, gracias a dichas glorificaciones, se convocaba a mesnadas de individuos a las movilizaciones guerreras en servicio de la patria, ahora, se azuzan enormes rebaños de eufóricos o deprimidos seguidores y de “hinchas”, que están dispuestos, no sólo a darlo todo por su país, por “su” equipo y por sus ídolos, sino a mostrar copiosas expresiones de amor, a lanzar vivas e improperios, y a expresar lacrimosas emociones. Un gran número de plañideras o lloronas se perciben, en los diversos bandos, luego de las derrotas infringidas a la divisa defendida, en todo caso se trata de expresar esa “comunión” de intereses patrios, regionales, raciales e ideológicos.

El maestro Estanislao Zuleta nos explicó que, en estas sociedades insertas en el capitalismo global, de manera insensata, se promociona esta serie da “valores vacíos” o disgresores que, a pesar de su probada ineficacia e inutilidad, son ardorosamente defendidos por las masas:

“En esta sociedad es extraordinariamente difícil encontrarle un sentido a la vida para cualquier grupo, un sentido a la vida y por lo tanto un sentido a la muerte, la sociedad capitalista produce y genera en todos los grupos sociales y en todas las esferas la depresión. Las formas de combate contra la depresión son peores que la depresión misma… Por ejemplo, el entusiasmo insensato del hombre que ya no tiene nada por qué luchar, se vuelve partidario del América, del Cali o del Millonarios, una causa completamente imaginaria una causa a la que él no puede aportar nada con sus esfuerzos y que, por lo tanto, no lo pone en cuestión. Porque el entusiasmo militante por una causa real lo pone uno en cuestión y le produce angustia. ¿Quién soy yo ante esta tarea? Pero eso no es ninguna tarea, si ganó un ciclista u otro, eso no es ninguna tarea. El capitalismo multiplica al tiempo las dos cosas, la depresión y el entusiasmo vacío”.

Prueba de ello es, precisamente, ese mayoritario seguidismo idiotizante que se ha impuesto en estas sociedades del espectáculo; la adoración establecida hacia los ídolos deportivos y faranduleros, con sus enormes rebaños de creyentes, seguidores y fanáticos, que con fingidas risas y alegrías, coreando sus cánticos y adorando sus emblemas, dispersos por el mundo entero, fomentan precisamente esos valores vacíos y compensatorios.

La teoría crítica del espectáculo no tendría sentido, no sería verdadera, si no se logra una unidad reflexiva, racionalista, una corriente práctica de negación en el seno de la sociedad, a esta manipulación tan generalizada. Negación que implica, obviamente, la reanudación de la lucha de clases revolucionaria, buscando hacer consciente en los sectores populares la crítica real a esa sociedad del espectáculo que les han impuesto. En ese orden de ideas deberíamos llegar a entender la validez real del juego y el deporte, por encima de la simple competitividad, entender, por ejemplo, el significado de lo que expresara Pier Paolo Pasolini:

Creo que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota (...) En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar primero. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de esta gente que ocupa el poder y que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, de todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser. Ante esta antropología del ganador, de lejos prefiero al que pierde”.

O, simplemente entender la profundidad que puede tener el aserto de Francisco Maturana cuando afirmó que, “Perder es ganar un poco”.

Vale la pena tratar de superar toda esa metafísica –religiosa, ilustrada o “deportiva”– que ha logrado ya en el mundo entero, no sólo la obediencia y la subalternidad laboral, sino el total direccionamiento mediático e informativo de las masas, definiéndoles pareceres, gustos, “opiniones”, modas y hasta el uso del llamado “tiempo libre”.

Restablecer el papel de la burla a los poderes establecidos por la actual “infocracia” –como la denomina Byung-Chul Han–, fortalecer y fomentar la rebeldía y la insolencia, para romper la monotonía laboral, cultural, toda esa tediosa homogeneidad de los sujetos sometidos, lograda mediante la promoción de distracciones disgresoras, compensatorias, deportivas o faranduleras, que han convertido la vida en sociedad, en unos monótonos, repetitivos y patéticos quehaceres programados para la uniformidad de todos en la risa y en el llanto.

Somos habitantes de un mundo, terriblemente direccionado que, con supuesta alegría, marchamos hacia la monotonía total, habiendo perdido la jovialidad y el respeto al “otro”. Rescatar el vitalismo, el goce intelectual y la auténtica validez de la risa y la alegría, es por tanto la tarea...

En ese orden de ideas y,regresando a la temática central de estas disertaciones, recordemos que Nietzsche propone, la risa como arma fundamental para el arrasamiento de las viejas tablas de valores. Tomando en cuenta el sentido original de la risa, del insulto y de la burla, tenemos que ocuparnos en buscar métodos frescos y alegres, diferentes de los impuestos tanto por los viejos dogmas y sus solemnes planteamientos acerca de sus dioses, santos y milagrerías, que manejan todas las iglesias, como las actuales devociones y rituales que fomenta la llamada sociedad del espectáculo desde los más diversos escenarios, canchas, campos, pistas o estadios, atiborrados de abnegados seguidores y creyentes, que creen que con sus estériles esfuerzos, risas locas, gritos y plegarias, lograrán modificar las proyecciones o las decisiones que, realmente están en manos de organismos y mafias controladoras tan bien organizadas como el Vaticano o la FIFA.

Se trata de aceptar la risa y la alegría, no direccionadas sino abiertamente libres y espontáneas, distintas a las que nos quieren imponer. “¿Por qué temes tanto a este discurso sobre la risa? No eliminas la risa eliminando este libro”. Esto le dice en la novela “El nombre de la rosa” de Humberto Eco, Guillermo de Baskerville al anciano monje Jorge de Burgos, quien eclesiásticamente le responde: La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable. Pero este libro podría enseñar que liberarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría… Que la risa sea propia del hombre es signo de nuestra limitación como pecadores, pero aquí, –en el libro proscrito– se invierte la función de la risa, se la eleva a arte, se le abren las puertas del mundo de los doctos, se la convierte en objeto de filosofía, y de pérfida teología...”. Este defensor de los monjes en comunión conocía muy bien que, para la iglesia, en su sabiduría, permitir la fiesta, el carnaval, la feria, el fútbol, significaba impedir los levantamientos populares. Por ello tenía sentido impedir el conocimiento de un texto que, con seriedad, analizara la validez de la risa. Sería la derrota de las ambiciones, de la competitividad y el espectáculo.

Edición 809 – Semana del 21 al 27 de enero de 2023
   
 
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