El círculo vicioso del trance electoral

 
 
 

La auténtica unidad popular como lo han manifestado los más ilustres pensadores del bien común pasa por tejer escenarios donde los explotados y los pobres de la tierra, puedan construir sociedades nuevas; modelos políticos de vida y desarrollo distintos al régimen económico concebido para la reedición cíclica de la diferencia social.

  Óscar Amaury Ardila Guevara
 
Abogado, colaborador Semanario Virtual Caja de Herramientas
 
 

La avizorada fractura del denominado Pacto Histórico en Colombia demuestra una vez más, como la tan promocionada “democracia representativa” dentro de las sociedades tradicionales del sistema económico, hace agua ante las luchas por el poder político de sectores privados, partidarios o personalistas. En su momento, la amalgamada bandera de un encuentro de centro, izquierdas y derecha para la jornada electoral presidencial anterior pasó por la objetiva valoración en buena parte de los interesados, de tratar de cortarle camino a la repetición gubernamental de la más rancia de las representatividades de la burguesía criolla: el uribato. Este inédito encuentro de juntanza disímil en su compostura y cohesionado por una cabeza de playa propia para el momento político, hizo embriagar de mucho entusiasmo y expectativas tanto a ciudadanos del común, como a importantes organizaciones sociales para entregarle a la propuesta, un fiel compromiso difusor de su programa y un importante fajo de votos el día señalado; apenas los necesarios para derrotar al octogenario iracundo, limitado e irrespetuoso representante del sistema.

Lo vicioso de algo está definido entre otras acepciones, por el hecho de poseer particularidades de mala calidad, yerros o imperfecciones notorias; y la democracia representativa en estos lares del planeta, está permanentemente reafirmando esos problemas orgánicos. A nivel institucional estatal cada dos años, se juega lo que ordinariamente se denomina la “baraja política” o la “baraja de candidatos”, en la que curtidos nombres de las parapetadas casas electoreras o los nuevos sujetos de la representatividad hacen noticia. Todos, con mayores o menores cualidades intelectuales, rasgos físicos o intencionalidades, repiten y repiten los mismos programas y las mismas “preocupaciones”, supuestamente para lograr lo que todos prometen cambiar. Y es el sistema como instrumento del poder político, y en cumplimiento de su labor reproductiva, el que amamanta individuos funcionales al aparato estructural, prodigándoles no solamente privilegios económicos y vistosos carteles que alimentan su ego cual personajes de moda, sino que también logran la perpetuidad de la maquinaria empresarial del voto, a nombre de las ideologías. Independientemente que las normas obliguen respaldos corporativos para las aspiraciones a dichos cargos públicos, lo que se observa en las ferias y fiestas de las jornadas electorales, es un pequeño carnaval del autodenominado “ejercicio de la democracia”, en donde impera el caos ideológico y se vuelven trizas las fronteras de la racionalidad social. Con el sartén por el mango, los alienantes medios informativos y el dinero suficiente, se zarandea impunemente a una débil opinión pública, por entre las más variadas banderas partidarias, sin que se permita un riguroso juicio de valor que desnude las causas primeras de la desigualdad y las injusticias. El grado anárquico al que ha llegado la manipulación de la política ante las coyunturas electivas, pasa por el ofrecimiento de las llamadas coaliciones electorales, en donde fácilmente se juntan simbologías y contenidos ideológicos supuestamente diferentes, que amarrados a los intereses particulares de cada coautor, echan por la borda cualquier criterio fundamental de coherencia social y humanismo.

Haciendo eco a sus intereses de clase, el poder político y económico colombiano hace más de 60 años ideo ese primer pacto identificado como Frente Nacional entre los partidos Liberal y Conservador, claros herederos de la tradición, familia y propiedad, del Estado capitalista. Las coincidencias con el presente segundo pacto nacional, tiene que ver con los propósitos de sacar del poder a quienes pretendieron perpetuarse en la silla republicana; a Gustavo Rojas Pinilla en su momento y a cualquier individuo investido de autoritarismo por el innombrable patrón de carriel y sombrero envigadeño. Como repitiendo la historia, (un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla), nos indica que los motivos para buscar pactos con quienes están en la arena político-electoral, tuvieron que ver además de esa remoción de oli-dictadores, con el propósito de terminar con conflictos armados: el primero referido al período caracterizado como “la violencia en Colombia” generada por la confrontación bipartidista del siglo XX; el segundo, orientado entre otros objetivos, a tratar de acabar el conflicto armado mantenido durante décadas con las organizaciones insurgentes actuales, que nacieron de los inminentes y consecuentes problemas sociales, económicos y políticos, que el pueblo en su mayoría, a través del tiempo no dejo de padecer. Aunque los sujetos protagonistas de los procesos de las recurrentes alianzas cambien en cada coyuntura, los soportes estructurales del sistema se mantienen incólumes, bajo el hábil manejo discursivo de la defensa de la “democracia”; la tergiversación de conceptos tan respetables como lo es la Democracia en su más altruista sentido, allana las particulares condiciones para que en la misma mesa, se puedan sentar sin ningún rubor, quienes anteriormente se confrontaban irasciblemente, de acuerdo a la tesis de que la política es “dinámica”. Lo que concita esas uniones pegadas a los consabidos intereses económicos, no es más que la intencionalidad de los sectores ideologizados con la defensa del libre mercado, la competencia empresarial, el individualismo y la propiedad privada, hacia la perpetuidad de su poder; urdir convenientes amiguetes en las faenas electorales, es proponerse cuidadosamente la búsqueda de la estrategia ideal, que le permita al modo de producción capitalista no mover significativamente sus cimientos.

Para romper lo vicioso de la política tradicional, se hace necesario considerar la conversión del carácter circular tradicional de lo público, en prácticos espirales progresivos e integrales, que basados en las teorías redentoras de las ciencias políticas, permitan identificar las causales culpables de tantas problemáticas sociales, y que indudablemente son provenidas de la sociedad de clases; es una verdad de a puño, que el sistema actual, como ente estructural renueva cada que las circunstancias se lo exigen, las mismas tácticas, formas y procedimientos para el favorecimiento de una minoría retenedora del poder político y económico. La auténtica unidad popular como lo han manifestado los más ilustres pensadores del bien común pasa por tejer escenarios donde los explotados y los pobres de la tierra, puedan construir sociedades nuevas; modelos políticos de vida y desarrollo distintos al régimen económico concebido para la reedición cíclica de la diferencia social.

Edición 814 – Semana del 25 de febrero al 3 de marzo de 2023
   
 
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