Dolor inmerecido

 
 
 

“En casa esperábamos ansiosas a que mi papá volviera, todo estaba en silencio hasta que de repente escuchamos unos disparos cercanos. Pensando que se trataba de cazadores de pájaros y como estábamos en cosecha, había varios trabajadores en la finca, al escuchar los disparos corrieron a la casa a ver qué pasaba y luego se fueron a buscar y encontraron a mi padre muerto”.

  Martha Cecilia Andrade
 
 

Yuliana Chamorro, hija de Luis Alfonso Chamorro Yela y Yurany Melo, vive en la vereda Sana Martin del municipio de Samaniego, Nariño Colombia, familia que ha tenido que sufrir los rigores de una guerra absurda que solo les trae tristeza y muerte.

Yuliana con voz serena y firme señala:

“Decido romper mi silencio para dar a conocer mi dolor y tristeza, para que otros samanieguenses, no sufran lo que mi familia y yo hemos padecido por cuenta del conflicto armado. Dejo constancia que parte del testimonio lo transmito tal y como me lo contó mi madre. Viví con angustia y dolor cuando era niña.

Un sábado, mi padre salió con mi tío Héctor Chamorro hasta Puerchac, vereda vecina donde se realizaba un festival. Había mucha gente de veredas vecinas y entre ellos se encontraban dos guerrilleros de las Farc. Ya entrada la noche muy embriagados se enfrentaron a golpes. Se golpeaban tan fuerte que mi padre y mi tío decidieron intervenir para detenerlos; uno de ellos sacó un arma y disparó causando la muerte del otro guerrillero. La gente asustada corrió abandonando el lugar, incluidos mi padre y mi tío.

Pasados varios días, mi padre se preocupó al enterarse por rumores que integrantes de las Farc los culpaban de matar al guerrillero. Una noche mi papá parqueó el campero viejito junto a una moto frente a la casa donde vivíamos; llegaron unos hombres y pintaron el carro con unas letras grandes de AUC y se llevaron la moto.

Eso a nosotros nos causó temor por lo que creíamos que se podía desatar.

Pasados unos días lo que se presentía pasó. Una noche llegaron hombres armados; llegaron a mi casa golpeando la puerta con fuerza y preguntando por mi papá. Él, al saber de quién se trataba, salió por detrás de la casa y se escondió en la platanera.

Mis abuelitos paternos al saber todo esto le recomendaron a mi padre que se fuera a vivir a Pasto o Bogotá porque allá teníamos familiares, decidieron entonces irse a trabajar a la Guayacana (kilómetro 87), municipio de Llorente. Compraron una finca, la adecuaron y se pusieron a trabajar en el cultivo de coca. Después de un año de permanecer allí llegué dándoles mucha alegría. A mis tres años tuvimos tristeza ante el asesinato de mi tío Héctor: fueron unos hombres frente a su esposa Yamile Casanova y su hijo Andrés de dos años de vida.

El 23 de junio de 2007, a eso de las 9 de la mañana, mi papá se fue a comprar el mercado, nuestra finca quedaba a dos horas de la carretera, el camino era muy boscoso, también había un río llamado Wisa; teníamos que pasar por tarabita y por eso mi padre se tardaba mucho en regresar.

En casa esperábamos ansiosas a que mi papá volviera, todo estaba en silencio hasta que de repente escuchamos unos disparos cercanos. Pensando que se trataba de cazadores de pájaros y como estábamos en cosecha, había varios trabajadores en la finca, al escuchar los disparos corrieron a la casa a ver qué pasaba y luego se fueron a buscar y encontraron a mi padre muerto. Regresaron a la casa muy preocupados y abatidos. Uno de ellos llamo a mi mamá y sin que yo escuchara, le dijeron que habían asesinado a mi papá. Mi mamá, gritaba desesperada y no quería creer lo que le dijeron; yo estaba muy asustada y me puse a llorar también. Le preguntaba a mi mamá qué pasaba y ella me ocultó lo sucedido. Le preguntaba insistentemente por mi padre porque la noche anterior yo había soñado que a mi papá lo iban a matar y ese día precisamente le conté eso a mi mamá. Le conté que, en sueños, él me había dicho que iba a volver. Era por esto por lo que yo presentía que habían matado a mi papá; pero mi mamá me decía que no me preocupara que mi papá se había ido de viaje y que se iba a demorar en volver. Yo sabía que me estaban mintiendo. Luego llegaron más personas a la casa y los trabajadores ayudaron a sacarlo hasta la carretera, lo metieron en un timbo y lo sacaron hasta el kilómetro 87. Allí había una tienda y como los dueños eran amigos nuestros nos prestaron una mesa para ponerlo ahí y lo cubrieron con unas sábanas. Permanecimos allí todo el día hasta que consiguieron transporte para llevarlo a Pasto. Mi abuela había hablado con mi madre y la convenció de que me contara lo que había sucedido. Con mucho dolor fui a ver a mi padre muerto. Tenía un gran orificio en su cuello. Luego de la necropsia lo velamos y lo enterramos.

Viajamos a Samaniego a radicarnos en la vereda Puerchag donde nos visitaron unos amigos para hacernos la propuesta de intercambiar la finca de Llorente con una finca acá en la vereda de San Martín y que para equilibrar el canje nos aumentaban 15.000.000 millones. Cambiamos la finca porque no queríamos saber nada de ese lugar. Dejamos todo abandonado.

Ahora vivimos en la vereda San Martín, cultivamos café y, aunque ha sido muy duro aceptar que mi papá ya no está conmigo, recuerdo también la promesa que le hice: estudiaré juiciosa y seré una gran doctora.

Este hecho dejó marcada mi vida, hemos tenido que pasar muchas necesidades, he tenido que apartarme de mi mamá porque ella se va a otros pueblos a trabajar para podernos mantener a mí y a mis dos hermanos. Pero junto con mis abuelitos y mi madre estamos saliendo adelante y hoy recibo todo su cariño y le ruego a Dios que a ninguna niña le suceda lo que me sucedió a mí, que se acabe esta guerra y que podamos vivir en paz”.

Edición 819 – Semana del 1° al 14 de abril de 2023
   
 
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