Surcos de dolor

 
 
 

“…nos contó que mi padre siempre sacaba una billetera donde tenía dos fotos: la de mi hermana y la mía, que nos miraba, se ponía muy triste y lloraba. Que casi no le daban comida y que la mayor parte del tiempo pasaba encadenado. Ya han pasado 10 años y mi padre no ha regresado, no sabemos nada de él”…

  Martha Cecilia Andrade1
 
 

Melisa García nació en la vereda El Sande hace 17 años, vereda que está incrustada en el sector montañoso de Samaniego, Nariño, lugar de muchos episodios de violencia que han dejado surcos y marcas irreparables en las vidas de sus campesinos y campesinas que se dedican a las labores del campo, minería y pecuarias. Actualmente está cursando el grado once en la Institución Educativa Policarpa Salavarrieta. Melissa es una niña marcada por el horror de la guerra y con mucha tristeza accede a abrir su corazón para contarnos su dolor.

Melisa cuenta su historia desde muy niña:

“Yo tenía más o menos 6 años y recuerdo que ese día estaba jugando con una vecina, porque nuestras casas estaban casi juntas y estaban ubicadas cerca a la cancha de voleibol. Allí se reunían los hombres a jugar, pero también acudían mujeres y otras personas de la vereda a mirar el juego. Eran más o menos las diez de la mañana de un domingo 7 de junio del 2009 cuando llegaron dos hombres y una mujer, diciendo que eran pertenecientes a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC; estaban armados y con uniforme militar, así dieron una ronda por la cancha y por donde estaba la gente.

Mi padre Carlos García, que en ese momento jugaba voleibol, de repente fue para la casa, se había puesto un pantalón y le había dicho a mi hermana que se tenía que ir, que le avise a mi mamá y que en dos o tres días regresaba.

Afuera miré a mi padre que, junto con otro señor, hablaban con los guerrilleros, pero, no le puse mucha atención y me entretuve jugando con mi amiga, pasaron las horas y ya se hizo tarde, la comunidad de “El Sande” que ya había sido informada estaba alarmada y preocupada porque esos hombres armados se habían llevado a mi papá y al otro señor.

Mis tíos Efrén García y Gerardo García, inmediatamente se enteraron de la noticia y se habían ido tras ellos. Ya bien lejos los habían alcanzado, hablaron con ellos, les preguntaron qué estaba pasando, por qué llevaban a Carlos, y les respondieron que era una orden de su comandante, que se devuelvan sin preocuparse porque el regresaría. Mis tíos lejos de conformarse se disgustaron tanto que generaron una discusión acalorada con estos hombres, mi papá al ver esto les pidió a mis tíos que se devuelvan para que no hubiera más problemas, y que no se preocupen ya que él no le debía nada a nadie y que regresaría pronto.

Cuando anocheciendo llegaron varias personas a la casa a preguntar por mi papá y un niño me dijo- : “a tu papá se lo llevaron”, me puse a llorar y fui a preguntarle a mi mamá, quien me tranquilizó diciéndome que regresaría pronto.

Ya entrada la noche llegaron mis tíos y nos dijeron que a mi papá lo llevaban encadenado, que, aunque hablaron con los guerrilleros no quisieron liberarlo y se lo llevaron. Lloramos desesperadamente, rezamos y le pedíamos a Dios que lo proteja y que regrese pronto, que no le vayan a hacer nada malo.

Pasaba el tiempo y la incertidumbre de no saber nada crecía entre mi familia y la comunidad de El Sande; estábamos desesperados, porque no sabíamos nada de mi papá. Ocho días después apareció el señor al que llevaron junto a mi padre; dijo que a él lo liberaron porque su retención obedecía a una grave confusión e informó que a mi padre lo retenían porque lo iban a investigar. Hasta el día de hoy sabemos el por qué se lo llevaron.

También nos contó que mi padre siempre sacaba una billetera donde tenía dos fotos: la de mi hermana y la mía, que nos miraba, se ponía muy triste y lloraba. Que casi no le daban comida y que la mayor parte del tiempo pasaba encadenado. Ya han pasado 10 años y mi padre no ha regresado, no sabemos nada de él, su ausencia ha dejado marcada una huella de dolor en mi corazón y en todas las personas que lo queremos. Su recuerdo nos da la fortaleza para vivir”.

1 Testimonio de Melisa García, estudiante de la Institución Educativa Policarpa Salavarrieta, Samaniego, Nariño.

Edición 820 – Semana del 15 al 21 de abril de 2023
   
 
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