No le huyan a la verdad de Mancuso

 
 
 

Gracias a las investigaciones de la Corporación Nuevo Arco Iris, de León Valencia, se comenzó a hablar de parapolítica y la Corte Suprema condenó a varios parlamentarios. También condenó a José Miguel Narváez, exsubdirector del DAS, como determinador del crimen del periodista Jaime Garzón. ¿Pero qué ocurrió con las demás acusaciones? Prácticamente nada.

  Patricia Lara Salive
  Escritora, periodista y activista por la paz – El Espectador
 
 

Por fin Mancuso dio su testimonio público ante la JEP y se armó el revuelo. Gran parte de lo revelado por él ya lo había relatado a partir de 2006 en Justicia y Paz y quedó oculto. Entonces dio nombres, como también los dieron otros jefes paras que declararon ante ese tribunal. Fueron miles de folios llenos con acusaciones gravísimas que involucraban a expresidentes, políticos, empresas, fiscales, alcaldes, gobernadores, parlamentarios, militares y policías de todos los niveles. En fin, fue la revelación de que había todo un entramado en el que participaba una gran parte del establecimiento político, económico, militar y policial, y de que existía una relación estrecha entre paramilitares y muchos militares de distintos rangos, demasiados como para que solo fueran manzanas podridas.

Sin embargo, en casi 20 años no pasó mayor cosa. Gracias a las investigaciones de la Corporación Nuevo Arco Iris, de León Valencia, se comenzó a hablar de parapolítica y la Corte Suprema condenó a varios parlamentarios. También condenó a José Miguel Narváez, exsubdirector del DAS, como determinador del crimen del periodista Jaime Garzón. ¿Pero qué ocurrió con las demás acusaciones? Prácticamente nada. En pleno gobierno de Uribe, el entonces fiscal Mario Iguarán, quien, según se ha sabido, fue nombrado por presión de Fedegán, no movió un dedo para investigar a los acusados por los jefes paras. Sus sucesores tampoco lo hicieron o, por lo menos, no se conocen los resultados de sus investigaciones.

Ahora dicen que Mancuso tiene que probarlo todo. Obvio. Pero es que no es sino recordar lo que ocurría entonces. Me acuerdo, por ejemplo, de un viaje que hice a Córdoba en septiembre de 2002, cuando Andrés Pastrana le acababa de entregar el mando a Álvaro Uribe. Yo iba con la actriz Carlota Llano y la fotógrafa Claudia Rubio en busca de material para una novela. Mi contacto era la Chave, una paramilitar cercana a Carlos Castaño, jefe de las Autodefensas. De su mano recorrimos buena parte de Córdoba en una camioneta que, según ella, le había prestado alguien que después fue candidato a fiscal de Álvaro Uribe. Atravesamos tierras de Mancuso por una carretera interna que parecía no tener fin. En Tierralta, a pesar de que había un cuartel de Policía, solo se veían civiles con radios. Entramos a un “hospital paramilitar”, localizado a metros de una escuela. Nos recibió un tipo en camuflado con un letrero en la camisa que decía “AUC”. Lo llamaban HH y lo acompañaban unos 10 uniformados de las AUC armados de metralleta. Era el “encargado de las relaciones del Comando Mancuso con los políticos”, dijo. Nos invitó a sentarnos. En la mesa había botellas de Buchanan’s desocupadas. Al rato llegó un hombre que —dijeron— era alcalde de un pueblo. Habló a solas con HH. Desde una tarima, junto a la escuela, salía música a todo volumen. Un locutor invitaba a la fiesta que esa noche ofrecían los paracos. Luego fuimos a San Pedro de Urabá: a pesar de que había un batallón del Ejército, los que patrullaban eran uniformados con metralletas y letreros de las AUC. De pronto, en la mitad del “paseo”, la Chave me dijo: “El jefe quiere verte” (yo no quería ver al jefe). Acabamos conversando con Carlos Castaño —con jeans y camisa Lacoste roja— en una finca donde, según nos dijo, si las autoridades querían, podían capturarlo en 10 minutos porque ellas sabían siempre dónde estaba él.

Y ahora resulta que Mancuso tiene que probarlo todo…

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Edición 825 – Semana del 20 al 26 de mayo de 2023
   
 
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